La vida de los traductores: reflexiones sobre ‘Perder el Nobel’

Paula Abramo y Jazmina Barrera conversaron sobre el ensayo ‘Perder el Nobel’ en el Goethe-Institut Mexiko. Desde su labor como autoras, traductoras y editoras, hablaron sobre los distintos niveles de lectura del libro, la figura del traductor en la literatura y las condiciones materiales en las que a veces laboran.

20 abril 2020


Perder el Nobel, de Laura Esther Wolfson, es el primer título de la colección Editor, donde publicamos ensayos sobre lo que sucede en el tras bambalinas del libro. Wolfson fue traductora simultánea de la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich en un festival neoyorkino en 2005. Gracias a esta experiencia y su conocimiento del ruso, una editorial le ofreció traducir un libro de ella al inglés, el cual rechazó por motivos personales. Años después, cuando Alexiévich recibe el Nobel de Literatura, Wolfson escribió este ensayo donde reflexiona sobre la pérdida y la vida del traductor.


Jazmina Barrera (JB)
: El libro crea un diálogo interesante entre Laura Esther Wolfson, Svetlana Alexiévich y Marta Rebón, la traductora de este libro, que también escribió el prólogo. ¿Cómo decidieron trabajar con ella para traducir el texto del inglés al español?


Jacobo Zanella (JZ)
: Accidentalmente encontré un libro de Rebón en una mesa de novedades en Madrid. Leí la solapa y decía que había traducido autores rusos al español, y también traducía del inglés. Guardamos sus datos, luego la contactamos para traducir Perder el Nobel y le interesó mucho el ensayo. Después nos enteramos de que Marta Rebón había traducido a Alexiévich en España. Parece intencional, pero no fue así. Mientras avanzaba el desarrollo del libro, la premisa se hacía más rica y más compleja: una traductora que traduce a otra traductora que escribe sobre traducción, y Alexiévich siempre en el centro de la discusión, formándose a veces un triángulo con las tres mujeres.


Paula Abramo (PA)
: Me sorprende muchísimo que todo esto haya sido casual porque todo enlaza tan bien y hay un diálogo tan intenso y en tantos niveles entre las traductoras. Empecé a subrayar el ensayo mientras lo leía. Luego me di cuenta de que estaba subrayando básicamente todo y dejé de hacerlo. En este diálogo, en este triángulo que menciona Jacobo, hay también un juego de transparencias. Wolfson dice que Alexiévich es invisible en su propia obra y que, por esta razón, algunos han dicho que sus libros no se pueden considerar arte. Mientras que Rebón dice que en los lectores existe la idea de que el traductor es una especie de lupa transparente que automáticamente hace que un texto que está en una lengua pase a otra. Y desde luego no admito esta expresión —ni ella tampoco— porque no hay lente, por perfecta que sea, que no arroje aberraciones sobre lo que está mostrando. Esta conciencia sobre la imposibilidad de la transparencia está presente a lo largo de todo el libro y se va superponiendo, se vuelve como un coro. Pero el libro también discute muchos otros temas.


JZ
: Aparentemente es un libro sobre la traducción. Pero solo en apariencia, porque, efectivamente, también toca un montón de temas y, al final, parece que la traducción es solo uno de ellos. Wolfson habla de su relación tan compleja con la literatura rusa y cómo la ha acompañado toda su vida; habla de teorías de traducción, pero desde la práctica, desde la emoción; habla de su juventud. Es un libro entre memoria y ensayo con muchos niveles y lecturas. Además, Wolfson habla sobre la pérdida y sobre el arrepentimiento, pero nunca intenta hacer una moraleja ni darnos una lección, solo cuenta las cosas que pasaron. Eso también es raro, que un autor, o cualquier creador, se anime a hablar del fracaso solo por narrarlo, solo como búsqueda literaria.


JB
: Wolfson, por circunstancias de su vida, decidió no aceptar la traducción de un libro de Alexiévich. En cambio, Rebón sí tradujo a Alexiévich antes de que ganara el Nobel. Así que en el ensayo vemos los dos caminos, las dos posibilidades.


PA
: Eso es fascinante, porque Rebón tiene la experiencia del gran éxito inesperado y un momento de visibilidad muy grande —que los traductores no solemos tener—, y Wolfson no. En el ensayo, la autora hace un balance de su vida y discute qué tanto perdió y ganó al no aceptar la traducción de Alexiévich, y también reflexiona sobre qué tanto se pierde y se gana con el acto de traducir. Es interesante ver que la pérdida está condicionada por circunstancias materiales, que tienen que ver con las vicisitudes de la vida que atravesamos los traductores como trabajadores. Además, Wolfson no solo se queda en el nivel de la discusión literaria, sino que deja ver las condiciones materiales de su vida y muestra que la traducción también es un acto que atraviesa el cuerpo. En el caso de Wolfson, su cuerpo está atravesado por una enfermedad, y vemos cómo esta determina la posibilidad de aceptar o no una traducción. Su conclusión es muy paradójica: seguirá leyendo a Alexiévich gracias a que se salvó y perdió esa oportunidad de éxito y de brillo. En algún momento dice que, de haber aceptado la traducción, hubiera tenido que triplicar jornadas. Muchas veces los traductores literarios trabajamos con esas condiciones laborales. Me sentí muy identificada, porque muestra la traducción en su enorme belleza, en su enorme riqueza y también en su enorme precariedad, que no debería existir, pero existe. Entonces, no es una visión idealizada del oficio del traductor, sino una muy rica y compleja.


JB
: Respecto al asunto del cuerpo, Wolfson dice que como intérprete requiere pulmón, requiere tomar grandes bocanadas de aire para hablar. Y ella tenía un problema respiratorio, así que tiene que dejar su trabajo de intérprete y tomar un trabajo completo de oficina para poder sobrevivir con el seguro médico de la empresa. Entre otras cosas, uno de los temas importantes del libro es la generosidad, porque Wolfson es traductora, y también quiere ser escritora, pero por su situación no puede dedicarse completamente a escribir.


PA
: Es algo noble, pero pienso que hay que tener cuidado con la idea de que esta generosidad implica una especie de sacrificio. Sí la hay en los casos de traductores que quieren escribir su propia obra y no lo hacen porque están traduciendo la de otros. Pero no siempre sucede. Recuerdo un pasaje muy interesante del libro donde Wolfson dice que quiere ser escritora, pero que su papel como traductora le permitía una especie de comodidad en la que podía escribir sin arriesgarse al vacío de la siguiente palabra, de la página en blanco, del posible fracaso. La traducción era un espacio de seguridad que le permitía ser una escritora sin serlo propiamente. Eso me gusta mucho. A veces la traducción es un remanso en el que uno puede hacer cosas artísticas sin sensación de sacrificio. Claro que la traducción es una labor generosa, pero, más que con el autor, es generosa con los lectores.


JZ
: Wolfson cuenta una historia que no muchos autores revelan. Narra cómo se arrepiente de algo tan grande y lo hace con una voz tan franca. Ahí veo una generosidad inmensa. Es un libro que también tiene una especie de calidez literaria: no todo es desgracia, también se asoman otras emociones.


JB
: Wolfson menciona en su ensayo —y creo que es uno de los factores que influye en su decisión de no traducirla— que le parece difícil traducir todas las voces del libro de Alexiévich. Con lo grande que es Rusia y con la cantidad de voces que Alexiévich metió en su libro, supongo que debe ser como traducir de todos los españoles que existen: complicadísimo.


PA
: Y lo curioso es que antes de decir eso, comenta que el fragmento del libro que le mandaron era aparentemente muy sencillo: leyó un lenguaje coloquial y ni siquiera tuvo que abrir los diccionarios. Y luego, cuando dejó descansar la traducción —ojalá siempre nos dejaran hacer eso a los traductores—, volvió y dijo: «No hay manera de traducir esta polifonía».

Es interesante la aparente sencillez que ocultan algunas traducciones, ese mar de dificultades, esa necesidad de investigar y familiarizarse con contextos. A veces un lector se encuentra con un texto traducido que fluye, pero no sabe hasta qué punto esa fluidez implicó años de investigación, de diálogo con autores y críticos. Y también de eso habla Perder el Nobel. Es increíble que todo esto quepa en un libro tan breve, tan pequeño.





Paula Abramo (Ciudad de México, 1980) es poeta y traductora. Recibió el Premio Bellas Artes de Traducción Literaria Margarita Michelena 2019 por Una niña está perdida en su siglo en busca de su padre, de Gonçalo M. Tavares. Es autora de Fiat Lux, Premio de Poesía Joaquín Xirau Icaza 2013.

Jazmina Barrera (Ciudad de México, 1988) es ensayista. Edita y traduce en Ediciones Antílope. Es autora de los libros de ensayos Cuaderno de faros, Cuerpo extraño —Premio Latin American Voices 2013— y Linea nigra. Tradujo, junto con Alejandro Zambra, Pequeñas labores, de Rivka Galchen.

Esta presentación de Perder el Nobel se hizo en colaboración con la Asociación Mexicana de Traductores Literarios (Ametli) y Círculo de Traductores. La Ametli ha publicado el video completo del evento en su página de YouTube.


Ir a la página principal del blog

Anterior
Anterior

Una hoja vieja