Galaxias minúsculas y discretas

Adalber Salas Hernández comparte los libros a las que regresaría, las lecturas que lo incitan a escribir —y otras que imponen un nuevo vocabulario.

28 junio 2023


En esta serie de entrevistas alrededor de la lectura, Gris Tormenta desea mostrar a un lector obsesionado con un puñado de libros; una obsesión que invite a otro lector a asomarse a una mente, a una manera ajena de leer, y acercarse a esos títulos que quizá desconozca o no ha leído todavía. ¿Cómo y por qué se desarrollan sentimientos por un libro en particular? ¿Qué provocaciones podemos encontrar en la exposición de esas emociones? ¿Podemos llegar al otro a través de sus lecturas?


¿Cuáles han sido tus lecturas más memorables, los libros que relees o podrías releer?

Soy uno de esos lectores lentos, poco proclives a la relectura. Paso tanto rato con cada libro, dejo en ellos tanto de mí al terminar de leerlos, que no me siento inclinado a volver. Sin embargo, hay libros a los que me gustaría regresar, por lo mucho que significaron para mí en su momento. The Waste Land, de T. S. Eliot, por ejemplo, o Poeta en Nueva York, de García Lorca, o Yo que supe de la vieja herida, de Armando Rojas Guardia. No son los únicos; solo los primeros que vienen a la mente. Me pregunto qué pensaría ahora, cómo me sacudirían esos libros.

No estoy en contra de releer. Al contrario: pienso que se trata de un ejercicio fértil. Pero me gana la curiosidad, el deseo de leer lo que nunca haya leído. Incluso diría: el apremio.

También hay lecturas que no quisiera volver a hacer. Paul Celan, por ejemplo. He trabajado tanto su obra, durante tanto tiempo, que me siento sin energías para regresar a ella. Su poética es como un cable de alta tensión, un material conductor cargado de sentido y dolor. Cuando topo con algún poema suyo, incluso un fragmento, siento un corrientazo.


¿Cómo sabes cuando estás frente a un texto inagotable, cómo se convierte en un clásico personal?

Cuando me da ganas de escribir, pero al hacerlo no reconozco mi propia voz. Cuando me dicta ritmos de pensamiento. Cuando me impone un nuevo vocabulario. Cuando se transforma en el lugar al que vuelvo, aunque no quiera ni lo busque. Cuando me entran unas ansias irreprimibles de traducirlo, incluso si no conozco la lengua original en la que está escrito, incluso si está escrito en español. Sé que estoy frente a un clásico personal, un texto irrenunciable, cuando el libro me coloniza.


¿Cuál es el último que has descubierto?

Furia, de Clyo Mendoza. The Road, de Cormac McCarthy. Brief History of Seven Killings, de Marlon James. El asedio animal, de Vanessa Londoño. Suppose a Sentence, de Brian Dillon. Cannibal, de Safiya Sinclair. Habiter en oiseau, de Vinciane Despret. The Undying, de Anne Boyer. Atlas do corpo e da imaginação, de Gonçalo M. Tavares. Permanente obra negra, de Vivian Abenshushan et al.


¿Cómo es tu biblioteca, cómo está catalogada?

Está catalogada por proyectos. Imagino que, como toda biblioteca, es una especie de mapa mental de su dueño —aunque en mi caso sería más atinado decir que la biblioteca es mi dueña, no al revés. Entonces los anaqueles se vuelven una especie de campo, donde los libros se imantan en función de afinidades que poseen o que les otorgo. No junto los libros por orden alfabético, temático, de género —ni siquiera por color—; los congrego pensando en lo que pueden producir reunidos, en la chispa que puede salir de su fricción. Son como galaxias minúsculas y discretas, organizadas por la fuerza gravitacional de mis obsesiones.


Un libro que te haya gustado mucho y muy pocos han leído.

Los ensayos reunidos de Elizabeth Hardwick. Son de una lucidez apabullante.

Elizabeth Hardwick retratada en Nueva York en 1978. © Inge Morath/Magnum Photos


Un libro raro de tu biblioteca que —sospechas— nadie más en la ciudad tiene.

Se trata de una pregunta bastante difícil, porque esta es una ciudad inmensa, repleta de bibliotecas que bordean lo maravilloso. Pero diría que mi edición facsimilar de la revista Tropiques.


¿Cuál libro te ha hecho reír recientemente?

A carcajadas: Retrato de un caballero, de Miguel Gomes.


¿Cuáles libros has regalado o podrías regalar muchas veces? ¿Cuál es el mejor libro que te han regalado?

He regalado muchas veces El libro de las costumbres rojas, de Elisa Díaz Castelo. Con fruición.


Tu libro más caro.

La edición que hizo Abada de La divina comedia. No sé si sea el más caro, pero la tarjeta gruñó cuando lo compré.


Un libro robado.

No tengo. Soy demasiado tímido o poco heroico o consciente de los trabajos que pasan los libreros.


Un libro que hable sobre bibliotecas o lecturas.

Guía de lugares imaginarios, de Manguel y Guadalupi.


Algo que no hayas leído todavía.

En la mesa me espera País de nieve, de Yasunari Kawabata.


Algo que «tenía que gustarte» y no te gustó.

Hay muchos libros que tenían que gustarme y no me gustaron. Varios de ellos, además, escritos por personas que en efecto me gustan. Pero, para no herir sensibilidades y despertar indignaciones, acudiré a un autor muerto desde hace suficientes siglos: las Geórgicas, de Virgilio.


Algo que hayas aprendido de un libro recientemente.

Que los glaciares se desplazan, lenta pero seguramente, gracias al flujo de agua corriente que pasa bajo ellos, entre el hielo y la roca sobre la que se asienta, permitiendo una suerte de masivo deslizamiento. En este mundo todo se mueve, sin importar cuán sólido o impasible parezca.


¿Qué te ha dado la lectura o qué ha hecho posible?

La vida. Así, sin más. La lectura me ha formado desde un primer momento, me ha brindado un suelo, ha sido mi práctica diaria y mi horizonte existencial.

Muchos de mis recuerdos más tempranos involucran la lectura, incluido uno en el cual me percato de que no sé leer realmente. Pero ahí estoy, quizá de cuatro años, detenido frente a la página, siguiendo el despliegue de las letras y conjeturando o inventando lo que dicen.

Desde entonces, la lectura me ha acompañado, ha permitido mis vínculos más importantes —ahondados por esta pasión compartida—, me ha hecho avanzar o detenerme. Leo como otros rezan, con el mismo fervor, aunque no con los mismos objetivos.




Adalber Salas Hernández (Caracas, 1987) es poeta y traductor. Es autor de Extranjero, Suturas, Heredar la tierra, La ciencia de las despedidas, [A love supreme] Shakespeare: variaciones, Isolario, entre otros. Ha traducido libros de escritores como Marguerite Duras, Arthur Rimbaud, Pascal Quignard, Charles Wright, Yusef Komunyakaa y Mário de Andrade.



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