Una experiencia que se juega en el tiempo

Alan Pauls habla de aquellos libros que requieren tiempo y relecturas para volverse clásicos personales.

19 julio 2023


En
esta serie de entrevistas alrededor de la lectura, Gris Tormenta desea mostrar a un lector obsesionado con un puñado de libros; una obsesión que invite a otro lector a asomarse a una mente, a una manera ajena de leer, y acercarse a esos títulos que quizá desconozca o no ha leído todavía. ¿Cómo y por qué se desarrollan sentimientos por un libro en particular? ¿Qué provocaciones podemos encontrar en la exposición de esas emociones? ¿Podemos llegar al otro a través de sus lecturas?


¿Cuáles han sido tus lecturas más memorables, los libros que relees o podrías releer?

Roland Barthes por Roland Barthes, el ensayo que transformó el Saber en autobiografía y la french theory en una poética del matiz. Pálido fuego y Lolita, de Nabokov, dos muestras de lo rápido que puede viajar, lo lejos que puede llegar, la inteligencia literaria de un malcriado incorregible. Orlando, de Virginia Woolf, o de cómo un pasatiempo frívolo se convierte en puro goce de narrar, captar, raptar… En busca del tiempo perdido: biblia total de la relación arte-vida. Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio V. Mansilla: las 1001 noches del siglo XIX argentino, escritas desde el corazón de las tolderías por un militar excéntrico pasado de alcohol. Los Diarios de Kafka: me gustaría que una voz me los leyera también mientras duermo. Mil mesetas, de Deleuze-Guattari: el libro-caja de herramientas que llevaría conmigo adonde fuera.


¿Cómo sabes cuando estás frente a un texto inagotable, cómo se convierte en un clásico personal?

No sé si lo sé. No en el momento mismo en que lo leo, al menos, por más fuerte que sea ese primer impacto. Leer tiene eso de enigmático para mí: es una experiencia que se juega en y con el tiempo. De cuantos libros que al leerlos me hechizaron quedó poco y nada después, apenas días después de leídos. En cambio, libros que me desconcertaron, me incomodaron, pusieron a prueba las ideas, las expectativas, los principios con que los leía… Esa clase de libros ya llevan adentro el tiempo, de algún modo. Son verdaderas bombas de tiempo. Quizá eso tengan que tener mis clásicos: esa especie de desfase interno, de retraso programado, que hace que su efecto sea siempre residual y por lo tanto no se agote nunca. Tiene que pasar un tiempo, tengo que volver al libro, el libro tiene que volver a mí, recordarme que no lo he entendido del todo, que lo he entendido mal, que no lo he entendido en absoluto; tengo que comprobar hasta qué punto la segunda lectura parece haber olvidado a la primera, etcétera. En ese proceso se vuelve un clásico personal.


¿Cuál es el último que has descubierto?

Vida de Barbara Loden, de Nathalie Léger, sería un buen candidato. Un relato biográfico extraño, que busca su forma sin impacientarse y al mismo tiempo mantiene siempre un tono único, de una impavidez desesperada, para contar la historia de una mujer, o de dos, o de tres, que en rigor son tres historias distintas, o la misma historia en capas que a veces coinciden y se superponen y a veces no… En esos desajustes internos reside el resto que el libro se guarda y me promete para más tarde.


¿Cómo es tu biblioteca, cómo está catalogada?

Mi biblioteca original —la de Buenos Aires— está embalada sin orden alguno y duerme en ciento veinte cajas de cartón en un guardamuebles del barrio de Chacarita. Alguna vez se dividió en ensayo y ficción, y la ficción, a su vez, en ficción argentina, europea y anglógrafa (todo en orden alfabético). Tenía también un apartado para libros recientes, leídos y por leer, una especie de purgatorio que empezó en modo provisional, como una categoría reactiva, simplemente para acoger los libros del presente, y terminó instalado como un nicho más, estable y hasta digno. La biblioteca actual —la de Berlín— se divide en ensayo y ficción (sin orden alfabético). No creo que esté conforme, pero se la ve bastante cómoda, sobre todo porque los libros viven cruzándose de nicho, como chicos de un internado que corren a cambiarse de cama apenas se apaga la luz.

Roland Barthes en su casa, 1975. © Graeme-Baker/Sipa


Un libro que te haya gustado mucho y muy pocos han leído.

Roussel & Co., de Michel Leiris. Leiris, que siempre soñó con hacer un libro sobre Roussel, no consiguió escribir más que algunos ensayos y notas sueltas. Un par de críticos franceses los reunieron en un tomo y los anotaron con un aparato crítico tan jugoso como el cuerpo del texto. No podemos saber cómo habría sido el libro que Leiris se proponía escribir, pero el compendio de sus ruinas no tiene desperdicio.


Un libro raro de tu biblioteca que —sospechas— nadie más en la ciudad tiene.

Fin al tormento. Recuerdos de Ezra Pound. En 1958 largan a Pound del hospicio donde vivió confinado desde el final de la Segunda Guerra, y Hilda Doolittle (examante, musa, alter ego genial) exhuma los jirones de la relación extrañísima que la unió al poeta. La Bella y la Bestia en clave modernista.


¿Cuál libro te ha hecho reír recientemente?

Kronos, de Witold Gombrowicz. Sabíamos, leyendo su Diario, lo lejos que había llegado Gombrowicz en el arte de pervertir la sinceridad de las escrituras íntimas. Kronos es tan perverso o más, porque deshidrata la intimidad en anotaciones rupestres, como de libro de contabilidad libertina, y reemplaza la vergüenza por una carcajada demencial.


¿Cuáles libros has regalado o podrías regalar muchas veces? ¿Cuál es el mejor libro que te han regalado?

Regalé mucho —incluso dos veces a la misma persona, que no se lo tomó muy bien— Retrato de un matrimonio, de Nigel Nicolson, bella lección de archivismo queer con el mejor gay couple (Vita Sackville-West y Harold Nicolson) de una era y un círculo (Bloomsbury) que los tuvo a baldes, un gran cameo de Virginia Woolf y la voz en off demudada y tolerante de Nicolson hijo. Mi hija me regaló el año pasado Ikebana política, de Claudia del Río, un diario-cuaderno-de-notas-manual-de-instrucciones-tratado-de-pedagogía donde la inocencia vuelve a ser lo que nunca debería haber dejado de ser: un instrumento preciso, filoso, para conectar con el mundo sin renunciar a comprenderlo. Me gustaría que me lo regalara de nuevo.


Tu editorial —o colección— favorita.

Las ediciones Minuit, que son la casa donde voy a encontrarme con Deleuze. La colección Documents of Contemporary Art de MIT Press, unos readings curados por gente brillante que mapean la agenda contemporánea como nadie. Los libritos de arte intonsos de Fata Morgana. La editorial de poesía Siesta, que no sé si existe todavía. Caja Negra, la editorial-radar de Buenos Aires. Sternberg Press, que siempre tiene algún as bajo la manga.


Tu libro más caro.

No tengo libros caros. No soy bibliófilo, no colecciono incunables, no me interesan demasiado las rarezas ni las ediciones de lujo. Para mí, si los libros son incomparables es porque son simples, accesibles, portátiles, tan fáciles de perder como de recuperar.

Dante huyendo de las tres bestias, de William Blake.


Un libro robado.

Robé un poco (instigado en parte por la indolencia de sus encargadas) de la biblioteca de la escuela francoargentina donde hice la secundaria: La modificación, de Michel Butor; un par de cuadernillos de semiología del cine; algún Racine que necesité urgente para una prueba escrita y nunca leí. Cada tanto me asalta el temor de que vengan a reclamármelos y —como pasa en un gran capítulo de Seinfeld— me exijan que pague por cada uno de los años que los tuve fuera de circulación. Robé bastante, con disciplina y fervor, de la librería del centro de Buenos Aires donde se me ocurrió trabajar un mes —enero de 1977—, creo que para reunir la plata que necesitaba para irme de vacaciones con la sobrina del dueño. Era una librería diminuta, con algún prestigio y un sótano-depósito que se inundaba y olía francamente mal. Buscando un poco se podían encontrar cosas muy buenas. De ahí me traje primeras ediciones de Nanina, de Germán García; El frasquito, de Luis Gusmán; La invasión (el primer libro de Ricardo Piglia); los tres tomos de la Paideia, de Jaeger; varias joyas de la editorial Gredos (que por entonces eran impagables); y unas antologías formidables, de un althusserianismo furibundo, de la editorial Tiempo Contemporáneo.


Algo que no hayas leído todavía
.

Libros que me dan miedo: La divina comedia (porque leerlo podría cambiarlo todo, y ya no hay tanto tiempo para cambiarlo todo); La guerra y la paz (porque el mundo ruso siempre fue el verdadero otro mundo); David Foster Wallace (¿y si fuera el único contemporáneo que valió la pena?).


Algo que hayas aprendido de un libro recientemente.

Que puede que Gombrowicz escuchara a Felisberto Hernández tocar el piano a fines de 1939, en Buenos Aires, en una emisión de radio para la comunidad polaca. Lo leí en el prólogo de Ignacio Bajter a la formidable Correspondencia reunida de Hernández.


¿Qué te ha dado la lectura o qué ha hecho posible?

Tiempo. Tiempo y toda clase de vidas suplementarias.




Alan Pauls (Buenos Aires, 1959) es escritor, periodista, guionista y crítico literario. Ha publicado novelas y ensayos como El pasado —Premio Herralde de Novela 2003— y Manuel Puig. La traición de Rita Hayworth; y ha desarrollado ficciones para cine, como La era del ñandú, de Carlos Sorín. Es autor de Fallar otra vez, el séptimo título de la colección Editor.


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