La trayectoria de la voz

Entrevista a Javier Jiménez Belmonte, autor de ‘Un texto en camino’.

7 agosto 2023

© Mary Ellen Bartley


A inicios de 2020, mientras pasaba un semestre sabático en la ciudad de Querétaro —para distanciarse un poco de su labor como profesor de una universidad estadounidense—, Javier Jiménez Belmonte daba los últimos retoques al manuscrito de su futura novela: Desentierro. Cuando la pandemia llegó, Javier usó el tiempo de encierro para terminar y enviar el manuscrito a una editorial española, sin saber que se avecinaba una serie de coincidencias y casualidades que lo harían dudar de si había plagiado inexplicablemente el cuento de un escritor brasileño que desconocía. La historia —con todos sus recovecos y giros inesperados— es narrada en Un texto en camino, el noveno título de la colección Editor de Gris Tormenta, que fue publicado en noviembre de 2022.

Varios meses después, a finales de la primavera de 2023, Javier regresó a Querétaro y recorrió, junto al escritor Imanol Martínez González, las calles, los jardines y los espacios que frecuentaba cuando residía en la ciudad. A continuación presentamos la entrevista que sostuvieron durante la visita.


¿Qué clases dictas en la Universidad de Fordham?

Algunas clases troncales, panorámicas, pero la mayoría son electivas. Por ejemplo, desde clases donde nos dedicamos a leer el Quijote todo un semestre hasta una sobre la ola de novelas y películas —sobre todo a raíz de la crisis en España— que abordan el regreso de los ciudadanos al campo y a la naturaleza. También otras sobre literatura fantástica o en torno a pintura y literatura coloniales. Temas que me gustan y que de pronto enganchan a algunos.


¿Cómo son tus días cuando no das clase?

Me dedico a prepararlas y a corregir, y en el poco tiempo que queda trato de escribir. Ahora mismo estoy reciclando y regresando a mis anotaciones de cuando vivía en Querétaro, porque es muy difícil encontrar un tiempo sin interrupción, ya sea por las clases o porque hay reuniones con estudiantes. Entonces me resulta más difícil encontrar continuidad ahora.


¿Escribes los papers en español? ¿Das clases en español?

Casi todos son en español. Las clases también son clases específicas, lo cual está genial, porque cuando doy clases en inglés es como tener un corsé en la lengua, no puedo irme por las ramas.


Dicen Mauricio y Jacobo, los editores de Gris Tormenta, que fue una sorpresa para ellos saber que, además de ser profesor, escribías. Parece que cuando cuentas tu historia de vida, tiene mucho sentido la parte académica, pero que la literatura siempre estuvo ahí…

Fue antes la literatura que la academia. Yo llegué a la academia un poco por inercia, porque siempre tuve clarísimo que si yo servía para algo era para la literatura; no sé si para escribir o para leer o para comentar lo que leía, pero estaba claro que ese era el camino. Ni siquiera sabía que la academia era una alternativa. En España, cuando estudias Filología, la opción principal es dedicarte a la enseñanza, ser maestro de preparatoria, que allá es un trabajo muy bueno, bien remunerado, con vacaciones.


¿Socialmente es bien visto?

Sí, no es como en México, creo. Tienes una paga muy buena, y los veranos, libres. Pero sentía que no era lo que necesitaba. Gracias a mis maestros de la universidad, descubrí que es posible hacer una carrera, dedicarte a la academia y escribir. Yo, iluso al principio, creí que era escribir sobre lo que te gusta de una manera mucho más distendida. Sin embargo, cuando entendí lo que significaba hacer un artículo académico, mi perspectiva cambió. Lo disfruté en su momento, pero quizá no es a lo que me quiero dedicar. La literatura siempre estuvo ahí; había escrito de vez en cuando, aunque nunca me había atrevido a un nivel más allá de los concursos escolares de poesía.


¿Desentierro fue tu primer proyecto de libro?

En la preparatoria escribí mi primera novela, que es curiosa porque en ese momento estaba leyendo El maestro y Margarita, y es como una copia mental del libro de Bulgakov. Ahora cuando digo esto de «copia» debo tener mucho cuidado, porque después de Un texto en camino todo el mundo va a pensar que constantemente estoy plagiando. Era un plagio, pero porque era lo que leía en ese momento; algo muy pueril e inocente.


¿Y entre ese tiempo de la primera novela hasta Desentierro escribías algo más?

Me dedicaba sobre todo a escribir poesía, hasta que el mundo de la academia dominó todo. El asunto de publicar, publicar, publicar —el publish or perish— te mantiene produciendo artículos en cadena. Para conseguir/mantener el tenure —que es como la plaza fija—, tienes que publicar un libro y ciertos artículos. Como full professor, tienes que publicar otro libro y ciertos artículos. Cuando eso pasó fue que regresé a Querétaro, y ahí fue un «por fin puedo respirar, no tengo que demostrarle a nadie con veinte notas a pie de página que sé de lo que estoy hablando». Entonces me pude dedicar a escribir, y de hecho Un texto en camino tuvo un inicio muy claro, que era tratar de entender por qué me vino esa ansiedad de sentir que había plagiado otro libro. Pero, poco a poco, mientras lo escribía, me fui dando cuenta de que estaba haciendo justo lo que quería haber hecho desde hace mucho tiempo: escribir sobre textos que me importaban, no necesariamente sobre mi propio texto, sino sobre Josefina Vicens y los autores de los que hablo en el libro, sin notas a pie de página, simplemente de una manera mucho más libre. Eso me sirvió mucho para saber qué era lo que quería y me apetecía hacer. Así que la literatura siempre estuvo ahí, y el hecho de que Mauricio y Jacobo no lo supieran era por pudor. Aparece en el libro: el momento en que se los dije fue cuando sentí que había plagiado el libro de Nassar y les pedía consejo como editores. El punto de partida de Un texto en camino fue ese instante en que me escucharon boquiabiertos, y Mauricio me dijo que me relajara y me pusiera a escribir toda esa historia para tomar un poco de distancia.


No sé si lo académico viene de tener ideas claras, pero leyendo Un texto en camino encontré unas frases —que no sé si son cuidadas o no, si estaban en ti, si surgieron después de años haciendo papers— que son de vuelos líricos completamente.

Fue intencional, porque después de tanto tiempo de escribir académicamente, por muchas licencias poéticas que te quieras tomar, al fin y al cabo cuando escribes un artículo o un libro hay ciertas pautas a seguir. Escribiendo Un texto en camino sentía que me estaba quitando un poco ese andamiaje, ese corsé de la academia. Intentaba que las ideas tomaran vuelo propio, a riesgo, a veces, de ser un poco hermético, pero me apetecía que el estilo fuera un poco por lo poético.


¿Y fue un estilo trabajado?

Fue un estilo que fue surgiendo a medida que lo fui escribiendo.


¿No había un sobrepensamiento de encadenar frases, por ejemplo?

No, no me detuve a pensar cómo quería escribir. De hecho, sucedió una cosa que a mí nunca me pasa: ponerme a escribir y que me salgan dos páginas. De pronto, en ese momento me sonó, y traté de seguir esa entonación y ese ritmo. Como no pretendía ningún tipo de objetivo, tenía la libertad de ver a dónde me llevaba eso; por ejemplo todas las digresiones que aparecen en el libro, que eran mucho más digresivas antes de que Jacobo y Mauricio entraran en la edición, recortando y tratando de mantener la estructura un poco circular o espiral, pero quitando cosas que se salían demasiado. Me dejé llevar por ese ritmo.


Entiendo que hubo un esfuerzo para que se publicaran ambos libros al mismo tiempo.

Esa también fue una coincidencia. Desentierro iba a salir antes, pero la editorial de Sevilla es pequeñita, y por un problema de los editores se fue posponiendo. El libro de Gris Tormenta estaba listo antes de que el otro llegara para hacer la revisión final, así que lo fuimos reteniendo, y al final se decidió hacerlo casi en sincronía.


Javier Jiménez Belmonte


¿Estás escribiendo ahora algo?

Sí, estoy con un par de proyectos que tenía y que fui haciendo en Querétaro.


¿Ficción también?

Sí, ficción también, y un poco de ensayo. Esos dos proyectos están hechos. Estoy viendo qué va a pasar con ellos, si se van a publicar o no. Parece que es mucho más difícil publicar un segundo libro que el primero. Es supercomplicado.


Es como las bandas, puedes tener un muy buen primer disco, pero el más difícil es el segundo.

El primero me pareció una especie de milagro, porque a los editores de Sevilla no los conocía; pensé que el segundo sería similar, y no. Están terminados, es cuestión que alguien diga que le interesan. Me está pasando que las personas que han leído el borrador están esperando la voz del primer libro, y es totalmente opuesto. No tiene nada que ver con el ritmo ni con el lenguaje poético de Desentierro. Es un libro muy realista. Las personas que lo han leído me dicen que parece que lo ha escrito alguien más.


Como un pintor que de pronto pinta con otra técnica.

Sí, porque hay otra cosa que he ido descubriendo: el campo literario que yo conocía era desde el mundo académico, y parece que el campo literario desde la perspectiva creativa tiene una serie de mecanismos que yo no entendía. Uno de esos es cómo construir una voz autorial, cómo hay una trayectoria y una marca de la casa. Aunque lo entiendo perfectamente: alguien que ha leído tu primer libro, si de pronto ha conectado con él, quiere seguir escuchando esa voz. Entonces me preguntan cómo hacer para que este segundo libro encaje con el primero, y pienso que basta con que esté mi nombre. Pero no funciona así.


¿Comprometerse con el estilo?

Precisamente. Toda mi vida ha estado un poco marcada por esa voz monotemática y monocromática de la academia; me apetece cambiar de registro, hacer cosas con voces muy distintas.


Y sin embargo es curioso que autores que tienen una vida académica y además publican libros de literatura pareciera que cuidan más lo que publican, como si publicaran menos porque quizá tienen menos tiempo. Como Yuri Herrera o Hernán Díaz.

No sé. En el caso de Yuri Herrera, lo conocí antes como escritor que como académico. Si pienso en él, pienso en el novelista. No quiere decir que no sea un buen académico, sino simplemente que su voz autorial es tan potente, increíble y sui generis que cuando pienso en él pienso claramente en un escritor. Aunque en El incendio de la mina El Bordo creo que la academia le jugó una mala pasada colándole varios goles, como que la voz le había cambiado completamente. A lo mejor me estoy contradiciendo con lo que acabo de decir antes, pero ahí sentí una especie de cambio que no sabía si sentaba bien. En la última novela, La estación del pantano, en la primera página he vuelto a sentir que decidió tomar riesgos, porque eso es lo más interesante en él, su registro y su manera de trabajar el lenguaje.


Y, hablando de autores, no necesariamente académicos o literarios, ¿qué te gusta leer?

Acabo de descubrir a un escritor australiano que se llama Gerald Murnane y que es maravilloso. No sé cómo llegué a él. Quizá es uno de estos libros a los que llegas porque te metes en un blog y luego en otro y en otro y ahí alguien habla de una novela increíble que se publicó en Australia. Su novela más famosa es The Plains, una novela muy rara. Cuando comienzas a leer un poco más de él te das cuenta de que es uno de esos autores que tiene un mundo tan intenso que todos sus libros son iguales. Es como cuando una banda como Yo La Tengo, que a mí me encanta, saca siempre el mismo disco; es tan bueno que da igual, porque lo hacen muy bien. Murnane es igual: todos sus libros son iguales, pero son increíbles.


Contrario a lo que decías en tu caso: cambiar de un disco a otro.

Exacto. En sus ensayos —aunque él no hace mucha distinción entre ensayos y ficción—, Murnane habla del cuidado que pone en su unidad básica que es la oración, de Proust y de sus oraciones larguísimas que forman un micromundo en la novela. No es que yo escriba así, pero me encantaría hacerlo; la mayoría de los escritores que me gustan tienen que ver con ese tipo de frases que se hacen cada vez más complejas: Lezama Lima, Daniel Sada, a veces también Yuri Herrera, László Krasznahorkai. Son lecturas en las que de pronto a mitad de una frase no sabes dónde estás, pero estás bien, como a gusto, y de pronto tienes que regresar. Ese tipo de literatura, de trabajo con la oración y la complejidad de la sintaxis, me encanta. También me gusta mucho Vivian Gornick, no solo por su estilo tan quirúrgico, sino por su manera de pensar; siempre he admirado a ese tipo de escritor tan lúcido que no necesita dar rodeos o digresar para llegar a algo. Son como extremos de autor, y los dos me encantan, tanto el digresivo como el quirúrgico. Son dos estilos que me gustaría meter en un tubo de laboratorio y beberme la pócima secreta.





Javier Jiménez Belmonte (Córdoba, 1972) es escritor, académico y profesor español, especializado en la cultura hispánica y literatura comparada de la Universidad de Fordham, Nueva York, desde el 2002. Es autor de Desentierro y Un texto en camino.

Imanol Martínez González (Querétaro, 1991) es escritor y dramaturgo. Entre sus libros están Desahucio, Tríptico sobre las despedidas, Neighborhood y Blau Cel. Ha escrito en medios como Otra Parte, Tierra Adentro y Revista de la Universidad de México.


Puedes leer aquí la conversación que el Javier Jiménez Belmonte mantuvo con las escritoras y editoras Yael Weiss y Verónica Gerber Bicecci a propósito de la presentación de Un texto en camino en Ciudad de México.


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