Cómo se hizo ‘Regreso a la Tierra’

Los editores de Gris Tormenta narran cómo imaginaron la antología y cuál fue el proceso de edición de mil horas de trabajo. El libro reúne memorias y reflexiones de nueve astronautas sobre la experiencia de su reencuentro con la Tierra: la anticipación del regreso, el viaje mismo o las reflexiones posteriores.

30 mayo 2023


Berlín, Pink Floyd, la Guerra Fría y los viajes espaciales eran algunos de los temas que me obsesionaban en la década de los ochenta. Desconozco el origen de esos intereses, que no compartía con nadie. Con la llegada de Instagram, treinta años después, comencé a interesarme de nuevo en los viajes espaciales, sobre todo en el momento en que los astronautas regresan a la Tierra después de haber vivido una temporada larga en el espacio. Entendía lo que decían en las primeras entrevistas, pero no comprendía del todo su significado. ¿Cómo imaginar que el peso de tu cuerpo se multiplique por cinco y no puedas moverte? Ese era uno de los efectos que la gravedad tenía sobre los astronautas al regresar. Scott Kelly hacía estas observaciones, por ejemplo: «Todo es extrañamente pesado, demasiado pesado, los brazos, la cabeza, el reloj en mi muñeca. Extiendo el cuello con dificultad para respirar». Leroy Chiao: «Cuando los rescatistas abrieron la cápsula, recuerdo que entró el olor del pasto lodoso y llenó toda la cabina. Era el mejor olor del mundo. Había regresado a casa». Clayton Anderson: «Después del ambiente estéril del espacio, todo tiene un olor mucho más fuerte y nítido cuando regresas a la Tierra. Es increíble darse cuenta de lo agudos que se vuelven los sentidos». Douglas Wheelock: «Lo primero que disfruté fue el simple olor de la “terrenalidad”. Los aromas de los árboles y las hojas y el pasto y las flores no están presentes en la estación espacial. Cuando regresas a la Tierra son literalmente intoxicantes». Chris Hadfield: «Muchos tienen problemas para acostumbrarse de nuevo al ruido de las multitudes y a la distracción causada por todo. Para mí fue muy pesado regresar al mundo. Pasan meses antes de que puedas volver a correr. Toma un año lograr que tu esqueleto regrese a la normalidad». Jerry Linenger: «El color verde es simplemente un color precioso y relajante. Podía sentarme en el jardín solo a observar los árboles y el viento y ser plenamente feliz». Tim Peake: «Estoy realmente eufórico. ¡Los olores de la Tierra son tan fuertes!».

Leía frases como esas, expresadas con sorpresa, sin ningún tipo de guion, y me parecía encontrar en ellas algo que se acercaba más a la poesía que al lenguaje técnico del astronauta. Y sabía, o sentía, que después de lo fisiológico estaban también los cambios psicológicos, sociales y otros más difíciles de clasificar. Por ejemplo: los rusos —ateos— no tenían forma de colocar la experiencia en un contexto mayor, resultando en algunos casos en una crisis existencial, mientras que los estadounidenses —cristianos— podían tratar de explicarla en términos religiosos, como un despertar espiritual, que fue lo que les pasó a muchos. Fue así, en medio de estas reflexiones, que apareció la idea de hacer un libro con todo eso, pero ¿cómo íbamos a pasar de frases cortas y simples a una antología de doscientas páginas? ¿Cómo íbamos a pasar de la euforia oral a la forma extendida del libro?

Comenzamos a investigar. No existía ningún libro así. No encontramos a nadie explorando ese concepto. Compramos un par de autobiografías de astronautas, las más recientes, y las leímos rastreando y marcando los pasajes sobre el regreso. Algunas cosas funcionaban, otras no. Si seguíamos buscando, pensé, teníamos la posibilidad de llegar finalmente a construir un libro, aunque no sabía cuánto tiempo nos podría tomar. El proceso completo de una antología nos llevaba entre nueve y doce meses. Calculaba que la antología de los astronautas nos tomaría dos o tres veces más —aunque sabíamos que el precio del libro no podía elevarse.

La primera pregunta era: ¿hay material suficiente para hacer un proyecto así? Es decir: ¿cuántos astronautas han ido al espacio y escrito su autobiografía después? Y, de esas autobiografías, ¿en cuántas se habla del regreso a la Tierra? Y, de ese material, ¿qué podría funcionar para una compilación? Las primeras preguntas se contestaron fácilmente en unas semanas: comenzamos a construir una bibliografía del tema y lucía muy bien. En 2017, casi seiscientos astronautas habían regresado a la Tierra, y muchos de ellos, al menos un diez por ciento, habían publicado un artículo o un libro sobre su experiencia en un idioma que pudiéramos leer. Lo que nos tomó casi un año fue localizarlos, conseguirlos, leerlos y seleccionar los fragmentos que podríamos usar. Formamos una biblioteca relativamente extensa de libros en papel y electrónicos. Al principio habíamos imaginado una antología construida con decenas de extractos breves, de una página o dos, uno después de otro, pero la idea pronto se descartó. Al final decidimos que podríamos reunir extractos de doce a quince astronautas, pero para llegar a ellos leímos dos o tres veces más, con el fin de seleccionar los mejores y proponer una línea de lectura que no fuera repetitiva.

Teníamos el primer borrador del libro a finales de 2018, pero los extractos seleccionados formaban una extensión casi tres veces más larga de lo que podíamos publicar. Tuvimos que eliminar algunos textos y reducir mucho los fragmentos. Eso nos tomó unos meses más. En febrero de 2019 el libro estaba «listo», y esperábamos publicarlo a tiempo para el cincuenta aniversario de la llegada a la luna, en julio de ese año. Había que traducirlo todo y escribir otros textos editoriales para construir una antología propiamente, pero la parte más importante ya estaba hecha. O eso creíamos. Nos faltaba todavía conseguir los permisos para publicar de nuevo esos textos. No lo sabíamos entonces, pero esa iba a ser la parte más rara y difícil del proceso: lo que en otras antologías nos había tomado algunas semanas, con los astronautas se extendió varios meses, con silencios muy largos y misteriosos de por medio. Si no los conseguíamos, o si conseguíamos solo la mitad de los permisos, el libro no podría publicarse —tendríamos que iniciar de nuevo, buscando otros textos, o desistir de la idea por completo. Al final obtuvimos diez de los trece textos que buscábamos. Mientras eso sucedía, pasaron meses de angustia: pensábamos que el libro podía desaparecer en cualquier momento. Ya estaba «terminado», pero podría no existir nunca.

Cuando recibimos el libro de la imprenta y abrimos las cajas para sacar algunos ejemplares, entendí, hasta ese momento, que no tenemos —ni tendremos pronto— la cultura espacial; las del libro son historias que no están en nuestra lengua ni en nuestra conciencia; nadie las ha leído antes ni las leerá en otro libro. Pensé entonces que Regreso a la tierra se parece a un libro infantil, o a un libro de aventuras, o de viajes, en donde es el relato lo que despierta la curiosidad y la imaginación del lector. Es el relato —más, quizá, que otras cualidades literarias (como la forma)— lo que nos da la posibilidad de ver algo en la memoria que no tiene cabida, para nosotros, en el mundo real.

Los viajes al espacio tienen una estructura clásica en tres actos: una breve pero muy fuerte intensidad vertical al principio, luego un «horizonte» en el espacio y al final una violenta caída física —con rasgos metafísicos, algunos inexplicables. Los astronautas se preparan durante años o décadas para su misión fuera de la Tierra, para esos primeros dos actos, pero reciben poca preparación para el regreso. «Era más difícil aprender a ajustarse a la Tierra que al espacio», escribió Al Worden a su regreso. Lo dicen casi todos los astronautas cuando se encuentran de nuevo en la Tierra.

El libro está escrito, pues, desde un lugar al que normalmente no tenemos acceso; una especie de versión «no oficial» de los viajes espaciales. El regreso, además, es el punto más crítico del astronauta, un momento débil y vulnerable: hay una grave sensación de final, y de tener que aceptar que las décadas de formación y preparación han terminado de pronto.

Leímos miles de páginas de astronautas de todo el mundo, y las lecturas solían volverse demasiado intensas. Imaginamos muchas veces la luna, la Tierra, las estrellas y la oscuridad absoluta del espacio con gran detenimiento. Llegué a pensar que las emociones provocadas por las lecturas —repetitivas, obsesivas, emocionales— eran lo más cercano a comprender —¡y a ver!— lo que ven y sienten los astronautas en sus naves espaciales. Durante meses, la lectura y luego la traducción (pasé casi todos los textos al español mientras esperábamos los derechos) se hacían tan intensas que era como estar ahí, viéndolo y narrándolo yo mismo, no leyéndolo. Al mismo tiempo leíamos otros libros que sabíamos que no llegarían a la antología, pero que podían dar contexto a lo que estábamos haciendo. Desde los primeros registros de «vuelo» de los monjes medievales hasta las ficciones de Jules Verne; de la gran lectura que es Lo que hay que tener, de Tom Wolfe, a la posibilidad del viaje tripulado a Marte que propone Elon Musk.

La forma original —decenas de extractos breves— encontró su lugar en el libro como un anexo. Hay, pues, dos lecturas: la pausada, extensa y ordenada —en la que además hemos incluido el contexto de cada década y de cada astronauta—, que se prolonga unas ciento sesenta páginas, y la fragmentaria y veloz, que ocupa menos de diez, y que es totalmente aleatoria e inesperada, como una caja de viejas fotografías.

Casi dos años y unas mil horas de trabajo nos llevó, a cinco personas, construir la antología, desde los procesos más generales hasta los detalles más minuciosos, casi microscópicos, que están por todo el libro.

Si pudiera entrar en una librería y encontrarme con Regreso a la tierra sin saber nada de él, me parecería un hallazgo demasiado inusual, un libro hecho para mí, uno que había estado esperando sin saberlo. El recuerdo de su lectura se quedaría conmigo, como esos libros de la niñez de los que no recuerdo mucho, excepto ciertos detalles, y la emoción de poder leerlos, pero que me han acompañado en la memoria hasta hoy.

Cuando camino por las calles y veo de pronto la luna llena sobre las casas, el cielo claro todavía, trato de imaginar la vista opuesta: la de ser un espectador estelar y tener una vista de la Tierra desde la luna o desde más allá. La sensación no es fácil de imaginar: encontrarse con un punto brillante —flotando en un cielo negro, rodeado de un vacío total— que contiene absolutamente todo lo que conocemos. Es improbable que algún lector de este libro llegue a ver la Tierra de esta manera. Comprender esa visión, la Tierra rebosando luminosa en la negrura, casi como una estrella, y luego situarnos en esa visión, en lo que significa, podría acercarnos un poco a la perspectiva tan improbable —y por lo tanto literaria— desde la que están narradas y recordadas algunas de estas páginas.





Regreso a la Tierra. Antología de memorias y reflexiones en la que nueve astronautas de cinco países y seis décadas narran la experiencia de su reencuentro con la Tierra al volver del espacio; la anticipación del regreso, el viaje mismo o las reflexiones posteriores: físicas, psicológicas y filosóficas. Puedes leer el prólogo y un adelanto del libro aquí.

Escriben: Anousheh Ansari, Neil Armstrong, Yuri Gagarin, Scott Kelly, Valentín Lébedev, Edgar Mitchell, Mike Mullane, Rodolfo Neri Vela y Al Worden. Epílogo de Ross Andersen: entrevista a Elon Musk.



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