Un texto que sea inagotable

Ana Negri comparte algunas de sus lecturas memorables y títulos de su biblioteca personal.

12 septiembre 2021

ana-negri-entrevista-gris-tormenta.jpg


En
esta serie de entrevistas alrededor de la lectura, Gris Tormenta desea mostrar a un lector obsesionado con un puñado de libros; una obsesión que invite a otro lector a asomarse a una mente, a una manera ajena de leer, y acercarse a esos títulos que quizá desconozca o no ha leído todavía. ¿Cómo y por qué se desarrollan sentimientos por un libro en particular? ¿Qué provocaciones podemos encontrar en la exposición de esas emociones? ¿Podemos llegar al otro a través de sus lecturas?


¿Cuáles han sido tus lecturas más memorables, los libros que relees o podrías releer?

Soy muy mala para recordar datos o argumentos —ni hablar de memorizar citas o versos. A pesar de que suele ser sumamente frustrante dedicarle tanto tiempo a la lectura para después olvidar con tanta facilidad, he aprendido a hacerme a la idea de que también es una gran ventaja, porque me obliga a releer, a veces hasta sin darme cuenta. Digo esto porque la relectura, en mi caso, no siempre responde a las lecturas que más me han impactado. Si lo pienso así, como las lecturas que me han marcado, podría hablar de La condesa sangrienta, de Pizarnik; El desierto de los tártaros, de Buzzati; Cosmos, de Gombrowicz; Cartucho, de Campobello; algunos ensayos de Virginia Woolf, particularmente «Street Haunting»; y el Primero sueño, de Sor Juana, que leí a lo largo de un semestre en el segundo año de la carrera, verso por verso, en sesiones que me dejaban extasiada.


¿Cómo sabes cuando estás frente a un texto inagotable, cómo se convierte en un clásico personal?

Supongo que, vinculado a lo que decía antes, necesito que el texto me deje una marca, que me deje cicatriz, que quiebre mis expectativas, que desgarre mi visión del mundo. Me pasó así con el Primero sueño (de los que recién mencioné, fue el primero que leí). Creo que esa lectura dirigida y detenida del poema me dio acceso a un nivel de compromiso corporal que nunca había alcanzado hasta entonces con la lectura. Yo salía de las sesiones del Sueño con el cerebro trabajando a tope, el corazón acelerado y gritando palabras sin sentido sobre la inmensidad creadora de Sor Juana. Me resulta difícil pensar que exista un texto más inagotable que ese, pero en cualquier caso, a nivel personal, desde entonces busco que los libros me tomen así, completa, y que no me suelten.


¿Cuál es el último que has descubierto?

Los hermosos años del castigo, de Fleur Jaeggy. Me pareció de una belleza incisiva. La prosa es precisa y sucinta, pero a pesar de esa concentración textual (son unas ciento veinte páginas, a lo sumo) la novela pulsa sitios precisos que detonan todo un universo sugerido. Es una gran novela sobre lo no dicho, tal vez sobre la crueldad de lo no dicho.


¿Cómo es tu biblioteca, cómo está catalogada?

Ya no sé cómo pensar mi biblioteca. Cuando me mudé a Montreal tuve que regalar y vender cajas y cajas de libros: estaba quemando las naves para nunca volver. Los que conservé quedaron mezclados con los que eran de mi mamá. Pero, bueno, volví. Desde entonces, los sobrevivientes conviven con los libros de Daniel, mi pareja, que se multiplican como el moho y hacen prometeico nuestro afán de mantener el orden alfabético por apellido. Los libros que compro los intercalo junto a otros si es que hay espacio disponible y muy pronto olvido si eran míos, suyos, nuestros…


Un libro que te haya gustado mucho y muy pocos han leído.

Hace muchos años, durante un viaje en España, el que era mi psicoanalista me pidió que le trajera De la abyección, de Marcel Jouhandeau, porque acá no se conseguía. Me costó encontrarlo aún allá, y, cuando di con él, compré dos. Es un recorrido junto al personaje principal que cada vez llega más lejos en sus iniciativas, guiadas por una suerte de misticismo negativo, perverso. Ahora, por el tema, pienso también en San Genet, comediante y mártir, de Sartre. No sé cuantas personas lo hayan leído.

‘Primero sueño’, de Sor Juana Inés de la Cruz.

‘Primero sueño’, de Sor Juana Inés de la Cruz.


Un libro raro de tu biblioteca que —sospechas— nadie más en la ciudad tiene.

La locura y la lógica. (Revelaciones de un post esquizofrénico), de Jaime Erasmo. Es un libro rarísimo del que Pizarnik parte para hablar de melancolía en La condesa sangrienta. Lo conseguí muchos años atrás, cuando estaba escribiendo sobre ese texto de Pizarnik.


¿Cuál libro te ha hecho reír recientemente?

Novela teatral, de Bulgákov. Pocas cosas me parecen tan risibles como la vanidad y la soberbia; Bulgákov sabe que en el teatro hay grandes motivos para reír.


¿Cuáles libros has regalado o podrías regalar muchas veces? ¿Cuál es el mejor libro que te han regalado?

He regalado muchos libros, ahora me acuerdo de regalar Agua viva, de Lispector; Deseo, de Jelinek; Bonsái, de Zambra; y algunos cuentos de Pushkin a mi sobrina. De los que me han regalado recuerdo que, cuando era niña, mis papás me dieron una edición de El flautista de Hamelin muy rara, con ilustraciones medio expresionistas, tipo Munch, que me encantaba —y también me daban un poco de miedo. Más recientemente, Daniel me regaló la primera edición del Odiseo confinado, de Leónidas Lamborghini, que es de mis tesoros más queridos.


Tu editorial —o colección— favorita.

Escribí mucho sobre dos series que me encantan como proyectos: la Serie del Recienvenido, que dirigió Piglia para el Fondo de Cultura Económica, y la serie de Los Heterodoxos, que dirigió Pitol dentro de la colección Cuadernos Ínfimos, de Tusquets. También la Serie Negra, de Piglia, para Tiempo Contemporáneo es una genialidad.


Tu libro más caro.

Probablemente el Odiseo confinado que ya mencioné; tal vez los ejemplares que tengo de la colección de La Biblioteca de Babel, no sé.


Un libro robado.

La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. Es un préstamo que, a estas alturas, empieza a parecer robo.


Algo que no hayas leído todavía.

Madame Bovary. No tengo pretextos, solo no lo he leído.


Algo que «tenía que gustarte» y no te gustó.

Maggie Nelson. Intenté leer Los argonautas y no pude pasar de las primeras veinte páginas. Me pareció pretencioso y aburrido.


Algo que hayas aprendido de un libro recientemente.

Que Robert Walser pasó sus últimos años en un sanatorio mental, en uno de los cantones alemanes de Suiza. Que los seres humanos tenemos muchas más cosas en común con los hongos que con la mayoría de los animales. Que existen tres fantasmas que atentan contra la literatura: la escolarización, la frivolidad y el mercado.


¿Qué te ha dado la lectura o qué ha hecho posible?

Me ha dado una voz propia, mezcla quizá de retazos y parches de otras, ya irreconocibles. En ella tengo un espacio para encontrarme con otros bichos raros y, al mismo tiempo, un lugar para esconderme del mundo. La lectura me ha salvado de enloquecer, estoy segura.



Ana Negri (Ciudad de México, 1983) es escritora y editora. Ha colaborado en medios como Revista de la Universidad de México y Este País. Fue coordinadora y editora de la colección Cartografías, coeditada por Conaculta y Almadía. Los eufemismos es su primera novela.

Anterior
Anterior

Hace treinta y cinco años que trabajo con papel viejo

Siguiente
Siguiente

La duda como proceso de aprehensión del mundo