El ensayo, el futuro: móvil y sin límites
Fragmento de Essayism, de Brian Dillon, un libro sobre ensayos y ensayistas; un estudio sobre la forma, los sentimientos y la no-ficción; un recuento de lecturas y escrituras.
19 julio 2021
El esposo de una amiga mía estudia el polvo cósmico en el Polo Sur. Treinta mil toneladas de material extraterrestre ingresan en la atmósfera terrestre cada año, en forma de partículas con formas irregulares: esférulas cósmicas que se han derretido parcialmente —y por lo tanto redondeado y suavizado bastante— cuando llegan a la superficie de nuestro planeta. Por supuesto, la mayor parte de ese material sería imposible de aislar, pues se ha mezclado con los numerosos escombros que se desprenden sin cesar de la propia superficie, cubierta por las plantas y animales en ella viven. El Polo Norte está demasiado cerca de otras masas terrestres de las que se desprende polvo, pero en la Antártida los científicos pueden excavar a lo largo de kilómetros y kilómetros de nieve comprimida para encontrar estratos intactos en los que se han conservado esos pequeños mensajeros de las estrellas y de los que se puede extraer el material. En cada metro cúbico de nieve que se excava, derrite y filtra puede haber veinte o treinta partículas de polvo, de las cuales un cincuenta por ciento proviene de asteroides o cometas. Típicamente estarán compuestas de silicio, magnesio, hierro, níquel y oxígeno —aunque frecuentemente, dice el físico, se descubre observando un fragmento sumamente amplificado cuya composición es bastante misteriosa. Mi amiga me contó que su marido analizó durante semanas una de esas partículas, transparente, casi esférica, y que no correspondía, tal y como estaba en un portaobjetos bajo su microscopio, con ninguna sustancia con la que él o sus colegas se hubieran encontrado hasta entonces en sus investigaciones. Pero el marido siguió observándola hasta que un día, bajo la presión de alguna prueba o simplemente porque había llegado el momento, el objeto desapareció. Había sido una burbuja de aire todo el tiempo.
¿Podríamos tomar el polvo como la metáfora fundacional para abordar el indómito tema del ensayo? Parece algo muy fatalista, como si esa forma hubiera desaparecido del mundo, relegada a bibliotecas y antologías. Ha habido momentos —aunque creo que el nuestro no es uno de ellos— en que el ensayo ha parecido anticuado y moribundo, apto solo para el aula, como objeto de nostalgia por la literatura del pasado. Los ensayos, antiguos o modernos, en su propia manifestación pueden parecer de gran valor, al igual que aquellos objetos que son demasiado preciosos como para ser manipulados. Al tocarlos, sin embargo, es probable que cobren vida con la evidencia sedimentada de los años; una constelación de brillantes motas rodea lo supuestamente sólido y el ensayo se revela menos compacto y suave que el pensamiento, pero, en cambio, móvil y sin límites, una forma con intenciones de no solidificarse. Lo que significa —aunque no puedo probarlo aún— que el venerable género del ensayo tiene algo que ver con el futuro, con una sensación de constante dispersión y confluencia. Mi apego a estos textos parece compartir el mismo tipo de conflicto: me gusta que tengan cierta integridad (desde un punto de vista formal, no moral) y que sus líneas de pensamiento, y su estilo y su emoción, estén tan estrechamente entretejidas que formen una superficie lisa y brillante. Y quiero que todo esto se revele en un mismo momento, en la misma obra; quiero la rugosidad, el mosaico, un laberinto de hilos sueltos.
Fragmento de Essayism, de Brian Dillon. Fitzcarraldo, Londres, 2017.
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