El cine se inventó hace dos mil años con Virgilio

El poeta y promotor Diego Alfaro Palma revela las lecturas que forman parte de su biblioteca: una fusión entre poesía, antropología y narrativa.

30 mayo 2022


En esta serie de entrevistas alrededor de la lectura, Gris Tormenta desea mostrar a un lector obsesionado con un puñado de libros; una obsesión que invite a otro lector a asomarse a una mente, a una manera ajena de leer, y acercarse a esos títulos que quizá desconozca o no ha leído todavía. ¿Cómo y por qué se desarrollan sentimientos por un libro en particular? ¿Qué provocaciones podemos encontrar en la exposición de esas emociones? ¿Podemos llegar al otro a través de sus lecturas?


¿Cuáles han sido tus lecturas más memorables, los libros que relees o podrías releer?

Mi primera lectura memorable ocurrió con las Narraciones extraordinarias, de Edgar Allan Poe: tenía 13 años y no sentí cómo la tarde se convirtió en noche. Otra increíble fue llegar al final de la Eneida y darme cuenta de que Virgilio había inventado el cine hace dos mil años. Me pasó algo parecido con Trópico de Cáncer, de Henry Miller: al dar vuelta la última página, tomé mi abrigo, salí de casa y caminé, caminé, caminé en una noche de invierno, como esas en las que me quedaba leyendo los poemas de Jorge Teillier, Elizabeth Bishop o Cavafis, palabra a palabra, como si viviera dentro de ellos.


¿Cómo sabes cuando estás frente a un texto inagotable, cómo se convierte en un clásico personal?

Una forma de saberlo es cuando se te paran los pelos de la barba, decía Walt Whitman. O cuando el reloj pierde completamente su importancia y el cansancio se siente como una debilidad. Cuando una lectura es inagotable los lápices saben que tendrán punta y que los bordes serán anotados, que la libreta se llenará de notas y que los amigos el fin de semana tendrán que escuchar la historia de ese cautiverio feliz.


¿Cuál es el último que has descubierto?

Uno es la gran recopilación de Umberto Eco en torno a la Edad Media, que es un compendio infinito del conocimiento desarrollado en ese periodo en ámbitos como ingeniería, historia, literatura, ciencia, alquimia y religión. Está lleno de relatos de viajes o ideas filosóficas increíbles, conceptos sobre los minerales o la botánica y la música que parecen sacados de una novela de ciencia ficción.


¿Cómo es tu biblioteca, cómo está catalogada?

Desde que nos mudamos al campo, hemos tenido que acomodar los libros como se puede y también ir reuniendo de a poco lo que sigue disperso entre Buenos Aires y las casas de mis amigos en Chile. Pero en sí, la catalogación es de este tipo: relatos de viajes; pueblos originarios de América (estudios y mitologías); naturaleza (ensayos, crónicas, guías, bestiarios); poesía latinoamericana (comienza con las escritoras: Gabriela Mistral, Gloria Gervitz, Marosa di Giorgio, Circe Maia…); poesía que no es latinoamericana (de la inglesa a la china); libros de poemas de amigos (ordenados cromáticamente); cocina, huerta y plantas medicinales; ensayo literario (mucho sobre el romanticismo); y, al final, narrativa.


Un libro que te haya gustado mucho y muy pocos han leído.

Los elíxires del diablo, de E. T. A. Hoffmann, que me poseyó. No sé si alguien ha rescatado esa obra como una de las más radicales que se hayan escrito. Posee una cantidad de formas narrativas, dislocaciones, transformaciones y cuestionamientos a los fundamentos de la razón que la convierten, junto con el Quijote, en esos adelantados de siempre. Una lectora o lector de Gérard de Nerval o de Mariana Enriquez no puede pasar por alto Los elíxires.


Un libro raro de tu biblioteca que —sospechas— nadie más en la ciudad tiene.

Mi ejemplar de Estos 13, de José Miguel Oviedo, publicado por la editorial Mosca Azul, en Lima, en marzo de 1973. Es una antología de poemas y documentos sobre la poesía joven de ese momento, que incluye selecciones de cada uno, y algo muy especial: la dirección para contactarlos por carta. La de José Watanabe es Aguarico 446, departamento 101, Lima. Algún día le escribiré.

Card Players #2, de David Hockney.

¿Cuál libro te ha hecho reír recientemente?

Me reí mucho con Un reflejo en el agua movido por el viento, de Felipe Reyes (Lumen), que es un librazo sobre encuentros y desencuentros entre escritoras y escritores. Está repleto de anécdotas muy graciosas y sacadas de quicio, como el origen de las reyertas entre Neruda y De Rokha, la amistad entre Bishop y Moore o unas historias bien sabrosas de Juan Rulfo.


¿Cuáles libros has regalado o podrías regalar muchas veces? ¿Cuál es el mejor libro que te han regalado?

El que más he regalado es la Poesía de Violeta Parra, publicado por la Editorial de la Universidad de Valparaíso: borde cosido a la vista, tapa dura, reproducción de su obra gráfica, estudios preliminares… Nunca quedas mal con nadie.

Y el mejor libro que me regalaron es Idioma del mundo, de Pablo de Rokha, primera edición y firmada por el autor; llegó en una cajita de fotos Kodak en las manos de mi amigo Patricio Bravo.


Tu editorial —o colección— favorita.

Entre mis colecciones favoritas están la de poesía de Faber & Faber, los relatos de viajes de Volcano, la colección de poesía de la Universidad de Valparaíso, o la de Vidas Ajenas de Ediciones UDP; la de antropología del Fondo de Cultura, y mi favorita favorita, el catálogo completo del Centro Editor de Latinoamérica, creada en Buenos Aires en los setenta.


Tu libro más caro.

La retrospectiva del pintor inglés David Hockney: Hockney’s Picture (Thames and Hudson), que no sé si es tan caro, pero lo compré ahorrándome la plata del almuerzo cuando trabajaba en el stand de Chile en la Feria del Libro de Buenos Aires. Valió la pena hacer el tupper cada mañana durante un mes.


Un libro robado.

Demasiados. Pero el más querido es el Diccionario de los símbolos, de Chevalier y Gheerbrant.


Algo que no hayas leído todavía.

Me gustaría leer la tradición védica de la India, los relatos de viaje de los primeros peregrinos cristianos, los diarios del capitán James Cook, las cartas de Gabriela Mistral y Doris Dana, el libro sobre natación de Al Alvarez, la biografía de Adriana Hoffmann, la Crónica anglosajona (sobre todo la escrita por el rey Alfredo), la recopilación de folclor inuit de Amundsen, la bitácora de Ibn Battuta alrededor de las tierras del islam.


Algo que «tenía que gustarte» y no te gustó.

El Ulises, de James Joyce. Lo intenté tres veces y no.


Algo que hayas aprendido de un libro recientemente.

La manera en que los aztecas unieron la ciencia, la poesía y la religión para resolver el problema del abastecimiento de agua dulce en Tenochtitlan. Barbara E. Mundy explica en La muerte de Tenochtitlan, la vida de México (Grano de Sal) cómo el conocimiento hidráulico se unió al culto al dios Téotl para crear un sistema de diques y canaletas, cada uno de los cuales poseía cantos y rituales que se conectaban con otros dioses, como los de la lluvia y los arroyos, para así servir a la ciudad del elemento vital. En eso estaban los aztecas treinta años antes que llegara Cortés.


¿Qué te ha dado la lectura o qué ha hecho posible?

Amigos que ni imaginaba.





Diego Alfaro Palma (Limache, 1984) es poeta, traductor y editor chileno. Ha escrito los libros Trabajos voluntarios, Litoral Central, Tordo, Bolsas, Paseantes, Los sueños de los sueños de Kurosawa, Bicicentrismo y Mandarinas. Es promotor de la lectura y los libros en Big Sur.

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