Libros que muestran la salida y el camino de regreso
La escritora y editora Isabel Zapata comparte algunos libros de su biblioteca personal —y aquellos que lee para alejarse de sí misma.
14 diciembre 2021
En esta serie de entrevistas alrededor de la lectura, Gris Tormenta desea mostrar a un lector obsesionado con un puñado de libros; una obsesión que invite a otro lector a asomarse a una mente, a una manera ajena de leer, y acercarse a esos títulos que quizá desconozca o no ha leído todavía. ¿Cómo y por qué se desarrollan sentimientos por un libro en particular? ¿Qué provocaciones podemos encontrar en la exposición de esas emociones? ¿Podemos llegar al otro a través de sus lecturas?
¿Cuáles han sido tus lecturas más memorables, los libros que relees o podrías releer?
Lo que más releo es poesía, quizá porque es el género que más potencial de transformación tiene para mí. Hay poemas que me dicen una cosa, y luego vuelvo a ellos dos, cinco, diez años después y me dicen algo distinto; oráculos cuya respuesta depende de la pregunta que me conduzca a ellos. La lista de poetas a quienes más vuelvo está en mutación constante, pero algunas presencias estables son Wisława Szymborska, Mark Strand, Mary Oliver, José Watanabe y Nicanor Parra. Y además de los poemas, los ensayos de Montaigne: ese es mi libro de cabecera.
¿Cómo sabes cuando estás frente a un texto inagotable, cómo se convierte en un clásico personal?
Sé que estoy ante un clásico personal cuando empiezo a incorporar lo leído a mi propia escritura, algunas veces de manera muy directa y hasta descarada y otras más sutilmente. Pero supongo que es algo que se revela en retrospectiva, como todos los momentos fundamentales de la vida. Fue justo entonces que me enamoré de tal persona. Fue este el instante de la pérdida. Fue así que comencé a irme sin darme cuenta: notamos los puntos de quiebre cuando quedan atrás. Siento que con los libros pasa igual (y lo contrario: hay libros que de entrada me han deslumbrado y luego envejecen mal en mi memoria, se desdibujan).
¿Cuál es el último que has descubierto?
Dos libros me maravillaron este año, uno de finales de los ochenta y uno más reciente: Claus y Lucas, de Agota Kristof, y El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Ţîbuleac. Ambos son novelas, que no es el género que más leo, pero me han hecho posar la mirada en lugares nuevos. En Claus y Lucas, por ejemplo, hay una parte en la que le preguntan a alguien si lo que escribe es verdadero o inventado, un asunto que me parece primordial en la literatura y al que le he dado muchas vueltas. La persona contesta que intenta escribir cosas verdaderas, pero luego la verdad se hace insoportable y empieza a escribir las cosas como le gustaría que hubieran sucedido, no como sucedieron. Esa idea, aparentemente sencilla, me voló la cabeza y me hizo replantearme todo lo que pensaba sobre la escritura del yo.
¿Cómo es tu biblioteca, cómo está catalogada?
Mi biblioteca es una criatura extraña, porque está compuesta de mis propios libros y de los que heredé de mis padres, cada uno por separado y en distintos momentos. Durante los años que viví fuera del país la tuve dividida entre dos ciudades y varias casas, de modo que apenas hasta hace unos cinco o seis años tengo una colección que siento auténticamente mía. En términos generales, está dividida entre poesía y lo demás, luego por orden alfabético dentro de esas dos grandes secciones. No sé por qué lo decidí así, supongo que me gusta la idea de que los poetas estén con otros poetas. Luego hay varios apartados independientes: mis libros sobre maternidades, por ejemplo, algunas colecciones editoriales y algo de filosofía política, que fue lo que estudié en la maestría. También hay espacio para el caos, claro: siempre hay varios montoncitos de libros distribuidos por la casa, que son los que estoy leyendo o consultando en ese momento.
Un libro que te haya gustado mucho y muy pocos han leído.
Mi perra Tulip, de J. R. Ackerley. Fue uno de los primeros libros sobre animales que me impresionaron y siento no tiene la fama que merece.
Un libro raro de tu biblioteca que —sospechas— nadie más en la ciudad tiene.
Heredé un montón de libros raros de mi madre, que era medio bruja. Muchos de ellos son sobre magia medieval, astrología y ocultismo. Hay uno que de niña me daba miedo, se llama Dogma y ritual de la alta magia, de Éliphas Lévi, que es considerado el padre del ocultismo moderno. Tiene un demonio en la portada, aunque creo que en realidad es más esotérico que satánico.
Otro de mis libros raros es el volumen XIX de las obras completas de Alfonso Reyes del FCE. No es que nadie más en la ciudad lo tenga, seguramente hay miles de copias por ahí, pero en esta en particular mi padre corrigió con un lápiz —sí, corrigió— una parte de su traducción de la Ilíada. Me lo imagino leyendo un verso y pensando esto podría mejorarse, y luego mejorándolo. Él murió hace años, pero ese gesto de arrogancia absoluta y un poco ingenua dibuja bien su temperamento en mi memoria y me inunda de ternura.
¿Cuál libro te ha hecho reír recientemente?
Poeta chileno, de Alejandro Zambra. Envidio su habilidad humorística, que además logra de una manera tan natural. En estos años recientes también me he reído mucho con Hebe Uhart, siento que habríamos podido ser amigas.
¿Cuáles libros has regalado o podrías regalar muchas veces? ¿Cuál es el mejor libro que te han regalado?
Bluets es el libro que más he regalado, por mucho. También Muerte en la rúa Augusta, de Tedi López Mills (cuando lo veía por ahí compraba dos o tres ejemplares y luego se los daba a quien me encontrara). ¿El mejor libro que me han regalado? Supongo que en mejor caben un montón de cosas, pero uno de los que más me ha atravesado recientemente es When Women Were Birds, de Terry Tempest Williams. Primero, cuando mi amiga Marina me lo regaló, quedé fascinada; luego decidimos publicarlo en Antílope, y el proceso de traducirlo fue maravilloso porque justo coincidió con mi embarazo. En esos meses que con tanta atención lo leí y lo releí, sentía que mi madre me lo había puesto en el camino para celebrar a la hija que se estaba formando dentro de mí. Finalmente, la manera en que fue recibido ha sido una sorpresa muy grata. Ya es nuestro libro más vendido, y los mensajes que recibimos de sus lectoras me conmueven una y otra vez. Es un libro con muchísima estrella.
Tu editorial —o colección— favorita.
¡Uf, qué difícil! Por supuesto que la editorial más cercana a mi corazón es Antílope, y Almadía es otra a la quiero mucho, pero supongo que mencionarlas sería hacer trampa, así que dejémoslas de lado por ahora. En general, además del catálogo de una editorial, me fijo mucho en la experiencia de lectura que su diseño ofrece: la tipografía, el aire de los márgenes, el espacio entre letra y letra, palabra y palabra, la sensación del papel en los dedos. En ese sentido me gustan mucho Acantilado y Adriana Hidalgo, por ejemplo. También hay proyectos más recientes a los que estoy muy atenta, ahora mismo se me ocurren Las afueras y Tránsito, en España. Por otro lado, le tengo cariño y admiración a la colección Versus, de Tumbona, al Archivo Negro de la Poesía Mexicana, de Malpaís, y a la colección Editor, de Gris Tormenta. Y bueno, ya hablando de clásicos, me encanta La Biblioteca de Babel, de Siruela. Por herencia familiar tengo algunos volúmenes que atesoro.
Un libro robado.
Soy de esos bichos raros que devuelven los libros, pero alguna vez hace muchísimos años le pedí prestada a un exnovio de la prehistoria su poesía reunida de Francisco Hernández, y cuando cortamos puse algún pretexto para no devolvérsela. Creo que le dije que lo había perdido. En realidad me daba pena haber llenado el libro de notas y subrayados, y por si eso fuera poco también le pedí a su autor que me lo firmara. No solo me lo robé, me lo apropié.
Algo que no hayas leído todavía.
Tengo muchísimas cosas por leer, por suerte. Los clásicos rusos son un gran hueco, por ejemplo. Siento que hay un montón de referencias que se me escapan por no conocerlos bien.
Algo que «tenía que gustarte» y no te gustó.
Los recuerdos del porvenir. Lo intenté varias veces y no pude, debe ser una falta mía. Quizá en algunos años vuelva a él.
Algo que hayas aprendido de un libro recientemente.
Recién traduje un libro de Lulu Miller en el que aprendí que los peces no existen. Llamamos peces a ciertos animales acuáticos, la mayoría vertebrados no tetrápodos, pero es una categoría no «natural», es decir que no responde a las relaciones evolutivas de las especies. Decir peces es entonces como decir seres que habitan en la montaña, y en ese grupo entrarían igual un pájaro que una ardilla que un leñador con su camisa a cuadros.
¿Qué te ha dado la lectura o qué ha hecho posible?
Es común escuchar a las personas que escriben decir que los libros les han salvado la vida. Yo no sé si podría afirmar eso, pero no hay duda de que leer ha vuelto a mi vida vivible. Me ha dado alternativas en momentos en los que parecía no haberlas, me ha permitido construir vínculos con lo que me rodea y explorar el mundo con mayor libertad. También, y esto es esencial, a través de los libros puedo alejarme de mí misma cuando es necesario. Me han señalado la salida y me han mostrado el camino de regreso.
Isabel Zapata (Ciudad de México, 1984) es escritora, traductora y cofundadora de Ediciones Antílope. Escribió Alberca vacía, Una ballena es un país e In vitro. Ha colaborado en medios como Este País y la Revista de la Universidad de México. Tradujo y escribió el prólogo de Dentro del bosque.