La lectura no puede ser otra cosa que un acto creativo
Verónica Gerber Bicecci, editora de En una orilla brumosa, habla sobre libros descubiertos, el orden de su biblioteca y la importancia de la lectura como espacio en común.
15 enero 2021
En esta serie de entrevistas alrededor de la lectura, Gris Tormenta desea mostrar a un lector obsesionado con un puñado de libros; una obsesión que invite a otro lector a asomarse a una mente, a una manera ajena de leer, y acercarse a esos títulos que quizá desconozca o no ha leído todavía. ¿Cómo y por qué se desarrollan sentimientos por un libro en particular? ¿Qué provocaciones podemos encontrar en la exposición de esas emociones? ¿Podemos llegar al otro a través de sus lecturas?
¿Cómo sabes cuando estás frente a un texto inagotable, cómo se convierte en un clásico personal?
Cuando es capaz de desanudar, desenredar o romper ideas y preguntas que tenía fijadas, atadas o calcificadas. Y también cuando pasa justo al revés, es decir, cuando hace nudos, enreda o repara ideas y preguntas que estaban flotando solitarias en el caos mental.
¿Cuál es el último que has descubierto?
En 2020 descubrí dos. Frankenstein, de Mary Shelley: «¿Solamente yo soy considerado un criminal cuando toda la humanidad ha pecado contra mí?», dice Frankenstein en algún punto, y con esas pocas palabras (que me atravesaron hasta la médula) cuestiona, tal vez, todo lo que consideramos humano, incluido el lenguaje. Y también La pasión según G.H., de Clarice Lispector, una novela que parece ensayo, y en la que la narradora está pensando el tipo de cosas que necesitaba pensar con alguien: «soy cada pedazo infernal de mí misma» o «en lo alto de este edificio, el presente contempla al presente», por citar un par de frases entre las muchas que subrayé (creo que esa es otra forma de darme cuenta de que estoy frente a un texto inagotable, por cierto).
¿Cómo es tu biblioteca, cómo está catalogada?
Está hecha de una extraña combinación de apego y desprendimiento: hay libros que no puedo ni podré dejar ir porque los considero extensiones de mi práctica artística o de mí misma por diversas razones. Pero muchos otros sé que no los voy a leer nunca, que no puedo habitarlos, que no me significan, y a esos me gusta llevarlos a las librerías de usado para que tengan otra vida. Me ha pasado, desde luego, que dejo ir algún libro que después descubro que necesito habitar y debo comprarlo de nuevo. Pero esa sensación, cada tanto, de sacar una caja llena de libros que sé que no leeré me despeja la cabeza y la casa, me quita peso de encima.
Por otro lado, mis libros están ordenados por tamaños y clasificados con distintas nomenclaturas en cada entrepaño. Las nomenclaturas al día de hoy son:
— Libros en los límites del texto.
— Libros en los límites de la imagen.
— Libros caligrama.
— Obra caligrama.
— Libros escritos por artistas visuales.
— Teoría sobre imagen y lenguaje.
— Tiempo, espacio y perspectiva.
— Futuros, feminismos, ambientales, comunales.
— Monografías de arte.
— Ensayo, poesía y narrativa escrita por mujeres.
— Ensayo, poesía y narrativa escrita por hombres.
— Libros de trabajo (los que estoy revisando para proyectos específicos).
— Libros en préstamo (que debo leer y devolver).
— Libros que van de salida (hacia la librería de viejo).
— Libros en la mesita de luz (los que quiero leer próximamente).
— Libros sin acomodar (se apeñuscan sobre un banco hasta que los ordeno en los entrepaños).
Un libro que te haya gustado mucho y muy pocos han leído.
Creo que muy pocos han leído Fuera de campo, de Graciela Speranza, o tal vez sea que me parece que nunca tendrá suficientes lectores. Es un libro que atesoro no solo por su contenido, sino porque me enseñó caminos insospechados en la escritura del ensayo literario sobre artes visuales. También es un clásico personal o, más bien, un faro que, citando sus propias palabras, investiga: «la conjunción imposible — el sueño epistemológico y estético de un isomorfismo — entre imagen y texto».
Un libro raro de tu biblioteca que — sospechas — nadie más en la ciudad tiene.
Travesuras de Matonkiki, de Elena Fortún. Matonkiki es una niña traviesa, preguntona y mal portada que, además, habla con faltas de ortografía. Creo que para mí fue muy importante conocer a una niña que rompía todas las reglas, para bien y para mal. Este libro me lo regaló mi tío cuando era niña y recuerdo que lo leía con miedo a aprender a escribir mal las palabras (razón por la cual nunca lo terminé). Pero ahora que lo abro para responder a esta pregunta, me doy cuenta de que la única falta de ortografía de Matonkiki al hablar es que dice los plurales con z en lugar de s..
¿Cuál libro te ha hecho reír recientemente?
Muy pocos libros me han hecho reír. En general es difícil que los libros, películas o series me hagan reír (en el teatro me sucede más a menudo), pero, curiosamente, hay dos libros que lograron sacarme sonoras carcajadas recientemente. Uno es Un montón de escritura para nada, de Sara Uribe, que comienza con una enunciante fotocopiando su propio libro y que me provocó una risa exacta como un cuchillo en cada poema porque indaga con humor negro en las contradicciones de la producción de escritura del siglo XXI; un tema poco abordado y urgente. El otro es Lectura fácil, de Cristina Morales.
¿Cuáles libros has regalado o podrías regalar muchas veces?
Regalé muchas veces y sigo regalando Aquí no es Miami, de Fernanda Melchor; Antígona González, de Sara Uribe; Escritos para desocupados y Permanente obra negra, de Vivian Abenshushan; Un lugar seguro, de Olivia Teroba; Comunidad terapéutica, de Iveth Luna Flores; O reguero de hormigas, de Yolanda Segura; Óptica sanguínea, de Daniela Bojórquez; Los condenados de la pantalla, de Hito Steyerl; entre otros.
¿Cuál es el mejor libro que te han regalado?
Historia potencial y otros ensayos, de Ariella Azoulay. Tuve la suerte de que Fabiola Iza, la joven y talentosa curadora que lo tradujo me lo regalara en cuanto salió de imprenta, en 2014. Este libro propone un cambio radical en el modo de entender la imagen, el archivo y la historia que todavía me llena de esperanza y me hace pensar en los futuros como algo posible. A pesar de que el presente sea siempre tan desesperanzador, ella propone: «lo que se ha institucionalizado como el orden de las cosas no solo es indignante sino reversible». Esa sencilla y tan precisa palabra, reversible, es ahora una boya a la que me aferro cuando creo que no hay salida.
Tu editorial — o colección — favorita.
Mi editorial favorita es, sin duda, Impronta Casa Editora, en Guadalajara. Es una editorial-librería singular porque en su espacio es posible recorrer la historia completa del libro; es decir, justo ahí, en la calle Penitenciaría 414 conviven todxs y cadx unx de lxs involucradxs en la así llamada «cadena del libro». Conocer y estrechar todas las manos que hacen posible que estos objetos existan me parece tan conmovedor como trascendental en tanto gesto político. Entre las paredes de este lugar maravilloso es posible pensar y hacer libros en común. Acaban de publicar, por cierto, Dron, de Carla Faesler, una escritora que también admiro mucho y de quien me gustaría poder regalar y regalar Catábasis exvoto, pero lleva mucho tiempo agotado.
Un libro robado.
Abajo las armas, de la Baronesa de Suttner. En mi última visita antes de su muerte, mi abuela ya hablaba poco y, cuando lo hacía, muchas veces repetía exactamente lo mismo que había dicho el día anterior, pero, aunque repetidas e inconexas, en nuestras conversaciones todavía se asomaba esa mujer con la que entablé una de las relaciones más importantes de mi vida. Uno de sus temas recurrentes en las semanas de mi visita era, precisamente, este libro y lo importante que había sido para ella. En algún momento me puse a recorrer su librero y me encontré con un ejemplar editado por la Biblioteca Mundial Sopena. Después mi papá me dijo que esa era la edición que mi abuela le había regalado a él siendo adolescente y que seguramente la tenía guardada ahí desde entonces. El caso es que me robé el libro. Todavía no lo leo, tengo la sensación de que el día que lo haga, esa última conversación con mi abuela terminará por cerrarse y creo que no estoy lista.
Algo que no hayas leído todavía.
Casi todo.
Algo que hayas aprendido de un libro recientemente.
No lo aprendí de un libro en particular, pero sí de los nuevos formatos de libros: audioleer es tan fascinante como leer libros impresos.
¿Qué te ha dado la lectura o qué ha hecho posible?
La lectura es, no puede ser otra cosa que, un acto creativo; tal vez el más importante de todxs, porque es ahí donde sucede la conversación (ya sea con muertxs o vivxs u otras especies); en ese sentido, es lo más parecido a un espacio en común. Sobre todo porque si lo pensamos así, la figura del autor (esa autoridad tan decimonónica) comienza por fin a desvanecerse. Si el acto creativo es la lectura, entonces las páginas, las palabras, las imágenes, los sonidos y las historias vuelven a ser de todxs y de nadie, porque lxs lectorxs, como dice Alain Resnais al final de ese maravilloso ensayo visual que es Toda la memoria del mundo, «están trabajando cada uno en su porción de la memoria universal y unirán entre sí los fragmentos de un secreto sencillo».
Verónica Gerber Bicecci (1981) es una artista visual que escribe. Su búsqueda artística comenzó con Mudanza, una colección de ensayos sobre escritores que abandonaron la literatura convencional para adentrarse en las artes visuales. Siguieron Conjunto vacío, Palabras migrantes, Otro día… (poemas sintéticos) y La Compañía. Fue editora de Tumbona Ediciones y actualmente forma parte del equipo docente de SOMA, un espacio dedicado al intercambio cultural y artístico.