Del amor a los libros

Richard de Bury, el bibliófilo medieval, escribe sobre el privilegio de inmortalidad de los libros y la verdad eterna de la mente. El siguiente es un extracto de su tratado ‘Filobiblión’, del año 1345.

29 abril 2020


En los libros encuentro a los muertos como si estuvieran vivos; en los libros puedo ver el futuro; en los libros se exponen asuntos bélicos; de los libros nacen las leyes de la paz. Todas las cosas se corrompen y decaen con el tiempo; Saturno no cesa de devorar a los hijos que engendra; toda la gloria del mundo quedaría enterrada en el olvido si Dios no hubiese otorgado a los mortales el remedio de los libros.

Alejandro, el conquistador de la Tierra, y Julio, el invasor de Roma y el mundo, carecerían de fama sin la ayuda de los libros. Cuántas torres han sido arrasadas; cuántas ciudades derrocadas; cuántos arcos triunfales desaparecido en el olvido; pero ni papas ni reyes han podido encontrar un medio para conferir más fácilmente el privilegio de perpetuidad que los libros. El libro le da a su autor este servicio a cambio: mientras que el libro sobreviva su autor permanece inmortal, y no puede morir, como declara Ptolomeo en el prólogo de su Almagesto: No está muerto aquel, dice, que ha dado vida a la ciencia.

¿Quién, por lo tanto, limitará el precio del tesoro infinito de libros del cual el escriba instruido saca cosas nuevas y viejas? La verdad que triunfa sobre todas las cosas —que vence al rey, al vino y a las mujeres, que se considera sagrada y se honra antes que la amistad, que es camino sin retorno y vida sin fin, que el santo Boecio considera triple en pensamiento, discurso y escritura— parece seguir siendo más útil, fructífera y obtiene mayores ganancias en los libros. Porque el significado de la voz perece con el sonido. La verdad latente en la mente es la sabiduría que se esconde, el tesoro que no se ve, pero la verdad que brilla en los libros desea manifestarse con fuerza a través de cada sentido. Enaltece la vista cuando es leída, al oído cuando se escucha, y además al tacto cuando se somete a la transcripción, encuadernación, corrección y conservación. La verdad escrita de los libros, no transitoria, sino permanente, se ofrece a sí misma para ser observada, y por medio de las esférulas permeables de los ojos, que pasan por el vestíbulo de la percepción y las cortes de la imaginación, entra en la cámara del intelecto, tomando su lugar en el diván de la memoria, donde engendra la verdad eterna de la mente.





Richard de Bury (1287–1345) fue un escritor, bibliófilo y uno de los primeros coleccionistas de libros de Inglaterra. Después de estudiar en la Universidad de Oxford, se hizo monje benedictino y llegó a ser obispo de Durham de 1333 a 1345. Se le recuerda primordialmente por su obra Filobiblión, escrita para enseñar a los clérigos el amor a los libros —una de las primeras en discutir a fondo la actividad bibliotecaria.


Los extractos que compartimos tienen como única finalidad la divulgación literaria y artística. Los derechos reservados sobre estas obras corresponden a su autor o titular.


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