La plaga ha llegado a Londres

El diario de Samuel Pepys habla de la Gran Peste de 1665, pero también de sus sueños, pelucas, bailes, guerras y estados de cuenta bancarios. Aquí algunos extractos.

1 mayo 2020


Estamos publicando textos breves, extractos de obras clásicas que dan testimonio de pandemias y plagas en la historia similares a la que estamos viviendo, y así reconocer que esto ha pasado antes y lo superaremos; que después de este camino nos espera de nuevo el mundo. Lee aquí otros textos publicados en esta serie.


7 de junio.
Hoy, muy en contra de mi deseo, vi en Drury Lane tres o cuatro casas marcadas con una cruz roja en la puerta, y «Dios tenga piedad de nosotros» allí escrito. Me resultó muy triste, pues era, por lo que recuerdo, la primera vez que lo veía. Tuve tan mala impresión de mí y de mi olor que tuve que comprar tabaco para oler y masticar, y eso me quitó la aprensión.


10 de junio.
Hasta tarde en la cama, y luego a la oficina toda la mañana. A mediodía comí en casa y estuve en la oficina por la tarde. Por la noche a casa a cenar, y allí, para mi preocupación, me entero de que la plaga ha llegado a Londres (aunque en las tres o cuatro semanas anteriores se había mantenido fuera). Ha empezado en casa de mi buen amigo y vecino el doctor Bumet, de Fenchurch Street, lo que me inquieta mucho. A la oficina a terminar mis cartas y luego a casa a dormir, preocupado por la enfermedad y con la cabeza en muchos otros asuntos: en concreto, poner mis cosas y propiedades en orden por si quisiera Dios llevarme ¡De mí disponga para Gloria Suya!


15 de agosto.
Arriba cerca de las cuatro. Caminé hasta Greenwich, donde entré en la habitación del capitán Cocke, que estaba en la cama. Algo me recordó mi sueño de esta noche, que creo que es el mejor que he tenido nunca: tenía a lady Castlemaine en mis brazos y me dejaba hacer lo que yo quería, y luego soñé que no podía estar despierto sino que solo era un sueño, pero como era un sueño y me causaba tanto placer, qué cosa tan feliz sería si cuando estamos en la tumba (como Shakespeare comenta [en Hamlet]) pudiéramos soñar, y solo soñar sueños como ese, por lo que no tendríamos tanto miedo a la muerte como tenemos en estos tiempos de plaga. Se hizo de noche pronto, bajé por las escaleras del patio de la iglesia y me preocupé al encontrar un cadáver en el estrecho callejón. Sin embargo agradezco a Dios por no haberme sentido demasiado perturbado. No obstante, me cuidaré de estar tarde en la calle de nuevo.


31 de agosto.
Arriba. Preparo distintas cosas para mudarme a Woolwich. La plaga ha subido mucho esta semana, por encima de lo esperado, a casi dos mil, haciendo el total de siete mil y unos cientos, de los que más de seis mil son por la plaga. Estaba citado en Greenwich. Comí con sir W. Boreman y sir T. Biddulph en casa del primero, un buen pastel de venado. Después a mi oficina, escribiendo cartas hasta tarde y luego a Woolwich por el río, donde estuve a gusto con mi esposa y los otros, y a la cama. Así acaba el mes, con mucha tristeza en lo público por la gran plaga que está en casi todas partes del país. Cada día las noticias son más tristes por los aumentos. En la ciudad murieron esta semana siete mil cuatrocientos noventa y seis, y de ellos seis mil ciento dos de la plaga, pero se teme que el número real sea mayor, de cerca de diez mil esta semana, en parte porque es difícil tomar nota de los pobres cuando el número es muy grande, y porque los cuáqueros no quieren que toquen campanas por ellos. Nuestra flota ha salido a buscar a los holandeses. Ya se ha gastado mucho dinero, el reino no está en disposición de gastar más ni el Parlamento de poder dar más si no es con mucho esfuerzo. Y para esto, que alguien diga: ¿qué han hecho nuestras flotas anteriores?


3 de septiembre, día del Señor.
Arriba, y me pongo mi elegante traje de seda de color y mi nueva peluca, que me compré hace tiempo pero que no me había atrevido a poner porque la plaga estaba en Westminster cuando la compré. Me pregunto qué pasará con la moda de las pelucas cuando acabe la plaga, pues nadie se atreverá a comprar pelo por miedo a la infección, por si se lo han cortado a gente muerta por la plaga. Al terminar la iglesia, lord Brouncker, sir J. Mennes y yo subimos a la sacristía por deseo de los Jueces de Paz, sir Theo. Biddulph y sir W. Boreman, más el regidor Hooker para hacer algo que impida que la plaga siga creciendo. Dios, qué locura la de la gente, que acompaña en masa a los muertos para asistir al entierro, estando prohibido. Hemos acordado algunas órdenes para prevenirlo. Entre otras historias me cuentan una muy emotiva, me parece, de una queja contra un hombre del pueblo que se ha llevado a un niño de una casa infectada de Londres. El regidor Hooker nos contó que era el hijo de un muy buen ciudadano de Gracious Street, un talabartero que había enterrado a todos sus hijos por la plaga, que él y su esposa estaban encerrados y que solo querían salvar la vida del pequeño: así, consiguió que fuera recibido desnudo en los brazos de un amigo, que lo trajo con ropas nuevas y limpias a Greenwich. Al oír la historia, acordamos permitir que lo trajeran y mantuvieran aquí.


7 de septiembre.
Me levanté a las cinco, con mucho miedo de coger fiebre, pero tenía que salir. Por el río, envuelto para mantenerme caliente, a la Torre, donde pedí el listado semanal, que dice que hubo ocho mil doscientos cincuenta y dos muertos, de los que seis mil seiscientos setenta y ocho lo fueron por la plaga, un número terrible que hace temer que la plaga se ha extendido tanto que continuará entre nosotros.


13 de septiembre.
Al llegar a casa estuve pensando en las cosas de hoy, que había tenido tanta alegría por un lado como melancolía por el otro: ver que todo mi dinero está bien y seguro en Londres; oír lo que le ha pasado a milord después de un año tan malo para él; el descenso de más de quinientas personas en las listas, el primero que se produce, con esperanzas de que sea mayor la semana próxima. Por el otro lado, aunque las listas han bajado, dentro de las murallas de la ciudad ha crecido, es probable que aumente y está cerca de nuestra casa; cruzarme por las calles con cadáveres que han pasado junto a mí para ser enterrados cerca de Fenchurch Street; oír que el pobre Payne, mi barquero, ha enterrado a un hijo y está muriéndose él mismo; oír que un trabajador que mandé el otro día a Dagnams para ver cómo estaban allí ha muerto de la plaga. Oír que los capitanes Lambert y Cuttle han muerto tomando esos barcos; que el señor Sidney Mountagu está con una enorme fiebre en casa de la señora Carteret en Scott’s Hall. Oír que una hija del señor Lewes está enferma. Y, por último, que mis dos sirvientes, W. Hewer y Tom Edwards, han perdido a sus padres, ambos en la parroquia de St. Sepulchre, por la plaga esta semana, lo que me pone muy triste, y con razón. Sin embargo, espanto lo que puedo los pensamientos tristes, sobre todo para tener a mi esposa y a la familia animadas.


31 de diciembre, día del Señor.
Así acaba el año, para gran alegría mía, de esta forma: he aumentado mi capital en este año de mil trescientas libras a cuatro mil cuatrocientas. Creo que he tenido beneficios por mi diligencia y porque han aumentado mis empleos con el de Tesorero de Tánger e Inspector de Avituallamiento. Es cierto que hemos pasado un momento muy triste a causa de la gran plaga, y me ha supuesto mayores gastos por haber tenido que mantener a parte de mi familia mucho tiempo en Woolwich, estando yo con mis empleados en Greenwich, más una criada en Londres, pero espero que el Rey nos compense por ello. Sin embargo, la plaga ha bajado hasta quedarse en nada, y tengo previsto ir a Londres en cuanto pueda. Mi familia, es decir, mi esposa y mis criadas, llevan dos o tres semanas allí. La guerra con Holanda sigue muy mal por falta de dinero, que ni tenemos ni esperamos. Nunca he vivido tan felizmente (además de que no he tenido tanto) como lo he hecho en este tiempo de plaga, por la buena compañía de lord Brouncker y el capitán Cocke, y haber conocido a la señoras Knepp y Coleman y al marido de esta, y al señor Laneare, y hemos tenido muchos bailes a mi costa en mi alojamiento. Mi familia ha estado bien este tiempo, y todos los amigos que conozco, excepto mi tía Bell y algunos hijos de mi prima Sarah, que han muerto por la plaga. Muchos a los que conocía bastante bien están muertos. Sin embargo, la ciudad se llena rápidamente y las tiendas empiezan a abrir. Ruego a Dios que siga bajando la plaga, pues esta mantiene a la Corte lejos del lugar de trabajo y así todo sigue mal en los asuntos públicos, pues en la distancia no piensan en ellos.





Samuel Pepys (1633–1703) ha sido celebrado por su Diario (publicado por primera vez en 1825), que ofrece una imagen fascinante de la vida de un funcionario y las ideas de la clase alta londinense de 1660 a 1669. Es mucho más que un registro ordinario de los pensamientos y acciones de su escritor. Pepys quería saber de todo porque lo encontraba todo interesante. Nunca parecía tener un momento aburrido; no podía, de hecho, entender el aburrimiento.


Extractos de Diario, 1660–1669, de Samuel Pepys, traducción y prólogo de Joaquín Martínez Lorente. Espasa Calpe, Madrid, 2007.


Los extractos que compartimos tienen como única finalidad la divulgación literaria y artística. Los derechos reservados sobre estas obras corresponden a su autor o titular.


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