Civilización versus virus
Los recientes éxitos de la razón humana en su larga contienda con el pensamiento viral no deben engañarnos, ya que ha tenido la ventaja solo durante un instante en el tiempo evolutivo, dice John Coetzee en Diary of a bad year.
7 febrero 2021
Si podemos hablar propiamente de los virus como poseedores o poseídos por un impulso o un instinto, es el instinto de replicarse y multiplicarse. A medida que se multiplican, se apoderan de más y más organismos receptores. Difícilmente puede ser su intención (por así decirlo) matar a sus receptores. Lo que les gustaría, más bien, es una población de receptores en constante expansión. Al final, lo que quiere un virus es apoderarse del mundo, es decir, instalarse en todos los cuerpos de sangre caliente. La muerte de cualquier receptor individual es, por tanto, una forma de daño colateral, un desacierto o un error de cálculo.
No puede decirse que el método utilizado por el virus para pasar de una especie a otra, el método de la mutación aleatoria —probar todo, ver qué funciona—, se haya obtenido mediante una planificación racional. El virus individual no tiene cerebro y por lo tanto no tiene mente. Pero si queremos ser completamente materialistas podemos decir que el pensamiento (el pensamiento racional) empleado por los seres humanos al tratar de encontrar formas de aniquilar el virus o de negarle un hogar en la población humana es también un proceso de probar opciones, bioquímicas o neurológicas, bajo el mando de un programa neurológico maestro llamado proceso de razonamiento, y ver cuál funciona. Para un materialista radical, el panorama general es el de dos formas de vida, cada una de las cuales piensa en la otra a su manera: los seres humanos piensan en las amenazas virales a la manera humana y los virus piensan en sus posibles receptores a la manera viral. Los protagonistas están involucrados en un juego estratégico, un juego que se asemeja al ajedrez en el sentido de que un lado ataca, creando presión para lograr un avance, mientras que el otro defiende y busca puntos débiles para contraatacar.
Lo inquietante de la metáfora de las relaciones entre los seres humanos y los virus como un juego de ajedrez es que el virus siempre juega con las piezas blancas y nosotros, los seres humanos, con las negras. El virus hace su jugada y nosotros reaccionamos.
Dos partes que se embarcan en una partida de ajedrez aceptan implícitamente jugar según las reglas. Pero en la partida que jugamos contra los virus no existe esa convención fundacional. No es inconcebible que un día un virus dé el equivalente a un salto conceptual y, en lugar de jugar la partida, comience a jugar el juego de jugar, es decir, empiece a reformar las reglas para adecuarlas a sus propios deseos. Podría optar, por ejemplo, por descartar la regla de que un jugador puede hacer solo un movimiento a la vez. ¿Cómo se vería esto en la práctica? En lugar de esforzarse, como en el pasado, por desarrollar una única cepa capaz de superar las resistencias del cuerpo receptor, el virus podría ser capaz de evolucionar toda una serie de cepas distintas simultáneamente, de manera análoga a la realización de varias jugadas de ajedrez a la vez por todo el tablero.
Suponemos que, siempre que se aplique con suficiente tenacidad, la razón humana debe triunfar (está destinada a triunfar) sobre otras formas de actividad intencional, porque la razón humana es la única forma de razón que existe, la única llave que puede descifrar los códigos con los que funciona el universo. La razón humana, decimos, es la razón universal. Pero ¿y si existen modos de «pensar» igualmente poderosos, es decir, procesos bioquímicos igualmente eficaces para llegar a donde los impulsos y deseos nos inclinan? ¿Y si la competencia para ver en qué términos continuará la vida de sangre caliente en este planeta no demuestra que la razón humana sea la ganadora? Los recientes éxitos de la razón humana en su larga contienda con el pensamiento viral no deben engañarnos, ya que ha tenido la ventaja solo durante un instante en el tiempo evolutivo. ¿Y si la marea cambia? ¿Y si la lección contenida en ese cambio es que la razón humana ha encontrado a su rival
Extracto de Diary of a Bad Year, de John Coetzee, publicado en 2007.
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