El editor es un crítico; el crítico es un editor
A propósito del libro Una vocación de editor, de Ignacio Echevarría (Gris Tormenta, 2020), Pablo Duarte y Guillermo Núñez Jáuregui conversaron sobre su oficio, las similitudes que guarda con la crítica y las esperanzas de labrar un camino en la literatura sin ser escritor. Presentamos algunos fragmentos.
28 enero 2021
Pablo Duarte y Guillermo Núñez Jáuregui, dos jóvenes editores mexicanos, presentaron el último libro de Gris Tormenta, Una vocación de editor. Un acercamiento a la labor editorial de Claudio López Lamadrid. La conversación estuvo moderada por Eduardo de la Garma, escritor y librero independiente, quien comenzó la conversación de esta manera: «Presentamos el libro en el que Ignacio Echevarría escribe sobre su amigo, Claudio López Lamadrid, y en el que habla sobre los editores, sobre la edición. Pero ¿quién es un editor? Los editores son los amigos con los que compartes un texto; me parece un milagro que el editor se convierta en tu amigo. Normalmente discutes tus inseguridades, comentas un capítulo u otro, quitas un personaje u otro, hablas contigo mismo, con tus amigos, con tu esposa, qué se yo. López Lamadrid era tanto amigo como crítico y publisher, además de participar de forma muy activa en las redes sociales. Durante mucho tiempo fue un editor como aquellos que los lectores nos imaginamos; esa figura que existe cada vez menos, al parecer en todos los ámbitos, y que no busca ser tan protagonista».
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Guillermo Núñez Jáuregui (GNJ): Este es un aspecto interesante: la figura del editor que se forma en silencio y luego parece decidir cuál es realmente su ruta. Yo creo que el editor, o al menos el trabajo editorial profundo más interesante, es el del editor de mesa. Por alguna razón, ahora los editores parecen adquirir un cierto protagonismo muy extraño. Sí creo que deben tener, en algún momento, su personalidad propia reflejada en un catálogo, o en un grupo de personas en las que se note su influencia, pero eso ya ocurre en el crepúsculo de un buen editor. Me gusta la provocación de tener a dos «jóvenes editores» conversando alrededor de este libro, porque obviamente ya no lo somos, y aun así ya empiezo a notar esas contradicciones, otras complejidades de las que habla Echevarría, sobre todo cuando se trata de un trabajo profesional. Al final del libro, habla de cómo se mete uno en estas cosas porque es un lector voraz, pero terminamos medio huyendo de esa parte del trabajo, porque es la que le quita el gusto de lo que somos: lectores por naturaleza.
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Pablo Duarte (PD): En algún momento, Echevarría habla de que las editoriales pequeñas tienden a ser más representativas, o tienen que ser de nicho para existir, y a las otras se les permite ser más generales, abarcar más temas, más géneros y demás, pero me parece que esas dos nociones son bien interesantes de discutir, porque ¿es posible —o tiene cierto interés siquiera— la idea de recuperar ese «amateurismo» de lectura? ¿Es algo a lo que los editores o incluso los lectores deben aferrarse? ¿Nunca se perderá el riesgo de permanecer, digamos, leído por una comunidad muy pequeña, o bien que tus libros no tengan esa repercusión cósmica y mundial como si de pronto publicaras Harry Potter? ¿Será siempre una cosa demodé y nostálgica?
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PD: Una de las grandes virtudes de que los editores de Gris Tormenta hayan elegido a Ignacio Echavarría para ser el autor de este texto, aparte de la cercanía con López Lamadrid, es que tiene una cercanía que me parece crucial no solo para los argumentos del libro, sino en general para la discusión que provocan: los lugares que ocuparon los dos como editores, Claudio y él, uno como editor propiamente y el otro como crítico. Durante varios pasajes del libro se siente, además, una especie de vaivén entre emparejar las dos vocaciones y luego separarlas tajantemente. De pronto, Echevarría habla de la figura del editor como DJ: esa persona que no está simplemente poniendo la música que le gusta, sino percibiendo la reacción del público y viendo lo que pasa. Pero también se podría hablar del crítico, o de cierta crítica, de la misma manera: una especie de mirar a la cultura, o hacer que la cultura se mire a sí misma, y empezar a espejear desde ahí.
GNJ: Yo creo que esa es la relación natural, sobre todo con editores con poder para elegir, para distribuir, para publicar. Pero lo que me interesa es sobre todo ese vaivén y esa tensión que mencionas, porque al final los dos son tipos de lectores, y ya no sé qué tan marcadas están las diferencias entre ellos como lectores. En realidad, están muy marcadas: sí se lee distinto como crítico o como editor que quiere difundir cierto tipo de libros, pero tal vez hay un respetuoso límite.
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GNJ: Muchas de las cosas en la edición, como en cualquier otro ámbito profesional, suceden en la conversación informal, no en una reunión en una mesa en horario de oficina. Una de tantas que hubo alrededor de este libro fue justo sobre cómo a la edición y a todos los avatares que hay alrededor del libro, todos esos procesos tan meticulosos, tan precisos y al mismo tiempo tan complejos, de pronto les hace falta ser contados. No se conoce tanto sobre el trabajo de los editores, y sobre todo el trabajo emocional, el pathos de, por ejemplo, perderse una gran traducción, de fallar y demás. Este libro en particular creo que tiene una gran carga de mostrar cómo el proceso editorial es un proceso azaroso, fragmentario, dependiente de personalidades; es decir, si Claudio López Lamadrid no hubiera sido la personalidad tan galvanizante que parecía ser, estaríamos hablando de otra cosa. No solo eso, sino que no tendríamos todo ese catálogo de traducciones de nueva literatura estadounidense y británica al español. La idea de la colección Editor de Gris Tormenta fue, según recuerdo, hablar de esa marginalia, de todo lo que el libro opaca con su enorme sombra. Y esa sombra es fascinante, implica una gran cantidad de procesos y negociaciones que requieren conversación —no recuerdo colecciones dedicadas a eso. Hay de pronto algún libro que relata un evento en particular (pienso en libros que cuentan la historia de alguna editorial o, como en Here at the New Yorker, de cómo se generó una revista), pero no necesariamente libros que se dediquen, con mucha puntualidad y con una mirada muy cerrada, a procesos editoriales en particular.
Creo que tiene que ver con cómo ocurren estas negociaciones, que son conversaciones en realidad. Es exagerado decir «las negociaciones», porque es más bien ese momento raro en que un lector descubre que otra persona es lectora también, y que sí existe una especie de órbita secreta que de pronto se descubre. La gente rápidamente sabe quién está en una sintonía similar solo por leer. Es una cosa muy extraña, porque la lectura también es un trabajo muy personal y muy silencioso y casi secreto; es casi de perversos descubrir que hay otros perversos. Para mí ese es el chiste, tanto de este libro como de la colección: descubrir que gente con esa vida interior es mucha otra gente.
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PD: Algo que está atravesado en este momento cultural es la idea de la autoridad. Varias veces aparece la idea de la autoridad del editor y la autoridad del crítico, pero en particular la del editor: cómo su figura debe tener cierta autoridad frente al lector, frente al escritor y la escritura, para que se entable esa relación muy fértil, fecunda y benéfica de trabajar el texto, moverle cosas, y cómo esa autoridad no solo es elusiva, sino cada vez más desgranada, más difícil de que se consolide en algún momento. Dice también el libro que en cualquier momento cualquier persona con una computadora puede ser un editor ahora. Y sí, y eso está muy bien, pero también hace que las autoridades se desgranen bastante más.
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GNJ: Se nota que uno puede pasar varios años dedicándose al trabajo de editor de mesa para descubrir que no reditúa casi en ningún sentido. Tienes que hacer otras cosas, y entonces se vuelve un trabajo artístico —cuando no es exactamente eso, tampoco. Creo que también esa es la diferencia entre publicar o trabajar como editor en España y hacerlo en otras latitudes; es muy claro en la medida en que tienes que hacer cinco trabajos y sospechas que lo estás haciendo mal en todos, y, además, sospechas que no te estás profesionalizando en ninguno.
PD: Porque no hay solvencia en ninguno de todos ellos.
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GNJ: Alguna vez se me ocurrió, porque ahora me dedico a ser librero, que eso es también una especie de edición o de crítica, porque vendo ciertos libros y otros no. Pero no lo es exactamente; en realidad, soy un vendedor, y tanto ser crítico o ser escritor tiene un carácter creativo como lo puede tener el trabajo del editor, pero en distintos niveles. Creo que eso distingue a buenos editores y a buenos críticos. Un buen editor no se levanta el cuello, no es tan protagonista, y las cosas que a uno le molestan de los malos editores se notan, porque se empiezan a confundir esos grados de profesión.
PD: De acuerdo, creo que es una cuestión de grado, pero sí hay una cercanía muy grande, hay puntos en los que se tocan, casi que se traslapan, y el libro me parece que deja muy claras esas tensiones, ese ir y venir, porque Echevarría dice, me parece que en una entrevista, que el crítico, cuando critica, no solo les habla a los lectores o los autores, sino directamente a los editores: hay una interlocución o una ida y vuelta bastante clara, porque finalmente son los editores y las editoras quienes plantean un gusto, quienes reflejan un gusto personal, pero también llenan un hueco que perciben que existe —de todo el universo de libros posibles, aquí están estos. Y ese minicanon, el establecimiento de cierto gusto, les hermana con la vocación del crítico. Me parece que las editoriales están tratando de decirle a la cultura, decirle a las personas en su entorno: esto es lo que te estás diciendo a ti misma, y esto es lo que te podrías estar diciendo, y esto es lo que no te estás diciendo.
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PD: ¿No tienes una relación rara con las novedades ahora que ya no estás editando o leyendo para editar?
GNJ: Sí, claro. Me asomo, pero de inmediato digo: pues no.
PD: Lees algunas cosas, pero esa carrera por estar al tanto agota. A mí me pasó muy tajantemente también.
GNJ: Yo creo que va a volver. Siento que hay algo bullendo y no sé qué sea. Es cierto que todo el tiempo estamos leyendo, pero también que ya somos adultos y hay que tomar esas decisiones: cómo leer en cada momento.
PD: Lo cierto, y en lo que sí coincido, es que ojalá pudiéramos estar creando nuestro propio canon. Estaría muy bien hacerlo.
Pablo Duarte (Ciudad de México, 1980) es editor y escritor. Ha colaborado con diversos proyectos editoriales impresos y digitales, programas radiofónicos, así como con artículos para medios culturales y literarios, entre ellos Hoja Santa, Tierra Adentro y Letras Libres.
Guillermo Núñez Jáuregui (Ciudad de México, 1982) es escritor, librero y filósofo. Es miembro de la mesa de redacción de la revista La Tempestad y ha colaborado en numerosas publicaciones de arte y literatura. Es autor del ensayo Del aburrimiento surgen los impulsos correctos (2012).
En Una vocación de editor, el editor —invisible por tradición— se convierte en protagonista para observarse a sí mismo y descubrir los engranajes de su oficio. Ignacio Echevarría retrata de cuerpo completo a su amigo y colega, Claudio López Lamadrid, quien fuera uno de los editores más importantes de la literatura en español.
Lee también extractos de la conversación que Lina Meruane y Guillermo Quijas sostuvieron alrededor de este libro.