Todo es superficie y todo es ilusión
Juan Cárdenas comparte algunos de sus clásicos personales de lectura, que divide en libros estremecedores y libros de deslumbramiento lento.
7 octubre 2021
En esta serie de entrevistas alrededor de la lectura, Gris Tormenta desea mostrar a un lector obsesionado con un puñado de libros; una obsesión que invite a otro lector a asomarse a una mente, a una manera ajena de leer, y acercarse a esos títulos que quizá desconozca o no ha leído todavía. ¿Cómo y por qué se desarrollan sentimientos por un libro en particular? ¿Qué provocaciones podemos encontrar en la exposición de esas emociones? ¿Podemos llegar al otro a través de sus lecturas?
¿Cuáles han sido tus lecturas más memorables, los libros que relees o podrías releer?
Si tuviera que elegir un solo nombre sería Felisberto Hernández, sin duda. Releo los cuentos de Felisberto cada cierto tiempo y funcionan para mí como una especie de fuente de la eterna juventud. Luego hay una lista muy larga, imposible de reproducir aquí, porque lo cierto es que me interesa prácticamente todo, no solo la literatura. Leo montones de filosofía, historia del arte, física o biología.
¿Cómo sabes cuando estás frente a un texto inagotable, cómo se convierte en un clásico personal?
Creo que esos «clásicos personales» han irrumpido en mi vida de dos maneras: por la vía de la intensidad, es decir, libros estremecedores como El acontecimiento, de Annie Ernaux, El desierto y su semilla, de Jorge Barón Biza, o Los papeles salvajes, de Marosa di Giorgio; la otra vía es una que voy a llamar el deslumbramiento lento, o sea, libros que se van depositando muy despacio y acaban modelando nuestra manera de ver el mundo. En esta última categoría podría citar las novelas de Leonardo Sciascia, los estudios de Carlo Ginzburg o todo lo que haga Mario Montalbetti, que me parece un maestro absoluto. También podríamos incluir allí a Diamela Eltit y a Igor Barreto.
¿Cuál es el último que has descubierto?
Estoy leyendo con mucho placer Pensamientos verticales, una recopilación de textos de Morton Feldman publicada por Caja Negra. Y el año pasado descubrí con estremecimiento a la novelista haitiana Marie Vieux-Chauvet.
¿Cómo es tu biblioteca, cómo está catalogada?
En los últimos años he cambiado de casa varias veces, así que mi biblioteca ya no tiene ningún orden. Todo está revuelto, a veces confundido y a veces interconectado, formando constelaciones involuntarias. Me vivo prometiendo que en algún momento voy a organizar los libros, pero nunca lo hago. Por suerte tengo muy buena memoria y me sé mover en ese desorden. Aunque a ratos me siento como una araña con alzhéimer, perdido en mi tela.
Un libro que te haya gustado mucho y muy pocos han leído.
La obra completa de Jaime Saenz. Se lo lee muy poco fuera de Bolivia, en parte por culpa de sus editores y herederos, que lo tienen secuestrado allá en el altiplano y no dejan que su obra circule como debería.
Un libro raro de tu biblioteca que — sospechas — nadie más en la ciudad tiene.
Supongo que en cientos y cientos de kilómetros a la redonda nadie tiene Füchse von Llafenko, el extraordinario libro de poemas de Gloria Dünkler.
¿Cuál libro te ha hecho reír recientemente?
Me río a carcajadas leyendo algunos poemas de Germán Carrasco, como ese que se llama «Oficio»: «“La realidad observada de cerca se torna mágica”/ afirma Diane Arbus cámara en mano, el mismo lente/ con que retrata viejas más feas que la muñeca del diablo/ o seniles, obesos matrimonios empelota viendo televisión».
¿Cuáles libros has regalado o podrías regalar muchas veces? ¿Cuál es el mejor libro que te han regalado?
Fui librero varios años, así que he regalado muchísimos libros, los mismos que no me cansaba de recomendar en mi trabajo. Una época regalaba por doquier El silenciero, de Di Benedetto, o El discurso vacío, de Levrero.
Tu editorial — o colección — favorita.
Me gustan mucho los libros de Adelphi, que es mi paradigma de gran editorial. Y en general soy un enamorado de la edición italiana: Sellerio, Iperborea, Minimum Fax, Il Saggiatore, Quodlibet, Sur o La Nuova Frontiera, para poner algunos ejemplos.
Un libro robado.
El hueco que deja el diablo, de Alexander Kluge. Se lo robé sin querer queriendo a mi amigo Antonio Villarruel.
Algo que no hayas leído todavía.
Ufffff. Todo. Me falta todo por leer.
Algo que «tenía que gustarte» y no te gustó.
El noventa por ciento de la literatura norteamericana contemporánea. Todo está inflado en ese mercado y es insoportablemente predecible. Y por cierto, qué feos suelen ser los libros gringos, con tanto colorín. Parecen coches de Fórmula 1 o paquetes de golosinas tóxicas.
Algo que hayas aprendido de un libro recientemente.
Justo ayer, en el libro de Morton Feldman del que hablé antes, hay un ensayo sobre las diferencias entre la música y la pintura en torno a la noción de superficie. Feldman llama por teléfono a su amigo Brian O’Doherty y este último le resume la cuestión de una manera elegantísima: «La superficie del compositor es una ilusión dentro de la cual él pone algo real: sonido. La superficie del pintor es algo real a partir de lo cual él crea una ilusión». Me quedé pensando en la frase, tratando de aplicarla a mi terreno, y concluí que en un texto literario todo es superficie y todo es ilusión.
¿Qué te ha dado la lectura o qué ha hecho posible?
La lectura me ha enseñado que todo es susceptible de ser leído. Absolutamente todo. Toda percepción, por elemental que parezca, termina derivando en un acto de lectura.
Juan Cárdenas (Popayán, 1978) es un autor y traductor colombiano. Ha escrito novelas como Zumbido, Los estratos, Ornamento y El diablo de las provincias.