Siete lecturas sobre un libro de Gerald Murnane
¿Cuántas veces se lee un libro mientras se edita? En cada una de esas lecturas aparece por lo menos una idea que abre el universo del libro de otra manera. Aquí el registro de uno de esos procesos.
21 marzo 2024
Leímos Last Letter to a Reader, la primera vez, sin una idea fija. Lo releímos casi de inmediato sabiendo que queríamos publicarlo en Gris Tormenta. Meses después nos encontrábamos editando la traducción al español, Última carta a un lector. Otra lectura completa más tarde para hacer la edición de estilo. Lecturas adicionales después, buscando errores de mecanografía, ortografía, ortotipografía. Una más, quizá la última, para extraer citas e ideas para las solapas, los blurbs, la contraportada y otros materiales de difusión en prensa y web. ¿Cuántas veces se lee un libro antes de enviarlo a la imprenta? ¿Cinco, diez… más? En cada una de esas lecturas aparece por lo menos una idea que abre el universo del libro de otra manera, que nos hace entenderlo desde adentro, o desde otro lugar, de formas a las que un lector final probablemente no tendrá acceso, pues no tendrá esa obsesión editorial. Presentamos aquí siete registros de esas lecturas.
1. Una de las primeras imágenes que viene a la mente al pensar en Última carta a un lector, de Gerald Murnane, es la del diorama: cuidadosamente dispuestos, uno después de otro en una gran sala circular, envuelta en una oscuridad cálida y silenciosa, vemos una serie de quince dioramas con idéntica apertura. El espectador se dispone a observar, avanzando lentamente, el interior de cada uno. El espectador es Gerald Murnane, el autor del libro. Atraído por la luz, irreal en ese contexto interior, avanza hacia el primer diorama. Dentro ve a su copia, un segundo Gerald Murnane, envuelto en una luz que proviene de todos los puntos y de ninguno, una luz difusa, casi misteriosa, de temperatura indescriptible. Lo ve observar a un tercer Gerald Murnane, lejano y pequeño, situado en el tiempo, a través de una ventana en el fondo del diorama. Este tercer Murnane observa a su vez una imagen, banal pero hipnótica, de un momento específico de su pasado; sus movimientos son sutiles, los sonidos, apenas audibles. El segundo Murnane, en su presente dentro del diorama, toma notas de sus observaciones sobre el Murnane lejano. El primer Murnane, el escritor del libro, fuera del diorama, recorre las quince escenas y escribe el libro —en el futuro, en nuestro tiempo— a partir de esas notas. El lector, nosotros, somos testigos de estos diversos actos, simultáneos en el texto, distantes en el tiempo.
2. Otra imagen que aparece en la lectura del libro es la siguiente: el lector se adentra en un campo de maíz antes de la siega, camina siguiendo los surcos, las plantas lo cubren, mucho más altas que él. En un punto indeterminado del campo tiene conciencia de que se ha internado hasta ahí no para estar en la naturaleza o para oler el verdor o sentir la rugosidad, sino para «observar», en su mente, desde este lugar inusual, las semillas de cada planta, desenterrarlas en el pensamiento y observar su avance lento y rápido hacia la luz. Reconocer el estado actual en que la semilla no ha desaparecido, pero en que no existe más como tal: su forma, multiplicada, ha devenido este laberinto ordenado, esta red por arriba y por debajo del horizonte, que forma un volumen compacto, como los vacíos y los sólidos de una estructura atómica.
3. Un escritor —remontándonos al tercer Murnane al fondo del diorama— se sienta a repasar su vida después de los ochenta años. Pero en este caso muy particular, la vida del escritor y la literatura del escritor son indivisibles: parece no haber un apartado para cada una. ¿Cómo se repasa una vida así, una que no existe sino en la literatura? Murnane revisa su obra completa, cada uno de sus quince libros publicados, sin que esto signifique que cada uno relate un episodio o una época específica y que al unirlos podamos tener un panorama autobiográfico completo. Vemos, más bien, destellos fugaces, literarios, de su memoria, y comprendemos que sobre cada uno de esos destellos inmateriales se erige un libro, recorriendo un total de medio siglo, que en Última carta a un lector puede leerse como instante o eternidad.
4. Pronto nos damos cuenta de que lo que desea escribir Murnane son oraciones. La oración como sistema cerrado, perfecto, de escritura. No desea escribir un ensayo perfecto, sino una oración perfecta. Y si fuera poesía, no un poema perfecto, sino un verso perfecto. Así, pues, pareciera que cualquier punto de inicio es impulso válido para ello: la vida, convertida en imágenes «de museo», es impulso para ello. Esta manera de escribir crea un estilo único e hipnótico. Una excepción que sobresale en un presente donde los estilos propios escasean.
5. Como dentro de una ficción, Murnane selecciona una lengua extranjera, en este caso la lengua magyar, para recrear dentro de su mente un espacio al que pueda entrar como un desconocido. Pareciera decirnos que todos necesitamos una lengua extranjera, o extraña; una imaginación satélite. Vemos a Murnane, con cierta extrañeza, adoptando esta lengua. ¿Por qué? Quizá para colocarse frente a un espejo, ver un reflejo que no es idéntico e intentar hablar con él. Quizá para comunicarse con zonas inexploradas de su memoria o de su imaginación. Un misterio. Una excentricidad. Algo que bordea lo incomprensible. Es algo menor en la escala del libro, pero es uno de los tantos detalles que no podremos abandonar al cerrarlo.
6. Vemos (o imaginamos) cómo la experiencia modifica o construye lo que el escritor es. Pero no la experiencia vivida, no las experiencias formativas, sino su recuerdo y memoria. La transmutación de la experiencia: el antes y el después de lo vivido. Y cómo —a partir de esa sublimación larga— memoria e imaginación se mezclan para fusionarse en un solo centro (al que Murnane decide llamar su mente); una entidad generativa y transformadora, el depósito oscuro y esencial desde el que saldrán a la luz las construcciones que se convertirán en libros, marcando un antes y después en el lector y en su concepción, siempre mutable, de lo que es la literatura.
7. Murnane toma una parte ínfima del recuerdo para hablar del todo, para usarla como el punto explosivo del que se desprenderá una visión literaria o una teoría de la literatura. Lo hace Annie Ernaux en Los años, libro excepcionalmente ligero y profundo a la vez. Murnane lo hace, pero no para retratar una época, si acaso para referirse a lo que una persona es capaz de sentir en el transcurso de una época, sin que esta sea el centro del relato.
Última carta a un lector, de Gerald Murnane. Traducción del inglés de Adalber Salas Hernández. Colección Paisaje Interior, 184 páginas, primera edición: noviembre 2023.