Ecos del Paraíso

Respondiendo a una incitación de Baricco, les preguntamos a amigos, poetas y escritoras cómo imaginan ese lugar —o esa atmósfera.

26 mayo 2024

El jardín de las delicias (detalle), Hieronymus Bosch (el Bosco), 1505.


Al inicio de ese hermoso libro sobre libros que es Una cierta idea de mundo, Alessandro Baricco dice: «Me viene a la mente una cosa que he aprendido de los más mayores: si quieres saber lo que [las personas] piensan del mundo, simplemente déjales hablar de lo que conocen y aman de verdad. (Pregúntales cómo se imaginan el Paraíso si quieres saber qué piensan de la vida; no sé quién lo dijo, pero es cierto)». A partir de esa idea, hemos enviado la interrogante a los cuatro puntos cardinales (tres, por lo menos) y hemos recopilado las siguientes respuestas:


Julio Trujillo
, autor de Pitecántropo: 
Solo Borges pudo imaginar el Paraíso como una especie de biblioteca. A mí, mortal, me basta recordar ese momento en que el poema se apodera de mí y se escribe a sí mismo a velocidad crucero, como una música naciente e intransferible, con una voz que es mía, pero no del todo, con palabras que comparecen antes de ser elegidas. El poema es mío y yo suyo, y el momento de su escritura es el Paraíso.


Valeria Tentoni
, autora de El color favorito:
Me imagino el Paraíso, más que como un lugar, como un momento: una larga y tranquila mañana de sábado. El sol que cruza tibiamente la ventana y afuera unos veintiséis, veintisiete grados centígrados, ojalá un paisaje campestre. Pájaros, caballos, perros, ojalá uno mío. Buenos libros sin leer que se ha deseado durante mucho tiempo leer, música saliendo de los parlantes, una tabla de picar limpia en la cocina y el brillo del sol sobre la cuchilla. Una copa de vino, otra copa de vino; infinitas copas de vino y flores. Me lo imagino como un umbral de embriaguez, y como un puente más que como un destino. No el día perfecto, sino la promesa del día perfecto por delante. El Paraíso sería entonces esa promesa permanente.


Ana Negri
, autora de Los eufemismos:
El Paraíso probablemente sea un lugar con olor a naftalina. Un lugar templado, sin frío ni calor. Sin ruidos estridentes, sin sobresaltos ni pesadillas. Un lugar con música de elevador y colores tenues. Imagino que ahí se reúnen todas esas personas que miran a los otros, desde su absoluta bondad, con la cabeza ladeada, una sonrisa apretada y ojos de rendija. Por supuesto que a cambio reciben una mirada de iguales características porque ahí son todos muy buenos. Buenos de pura cepa. Se miran entre ellos y sonríen al reconocer la bondad que unos y otros exudan. Del mismo modo en que se encuentran las miradas, se aleja cada quien a su habitación, con calma, como si la misma bondad los hiciera moverse de manera parsimoniosa, casi como si flotaran. No, claro que no flotan, pero caminan con tanta ligereza y constancia que parecería que sí. Y así se van. Se alejan de a poco, hasta volver a encontrar a otra persona a quien sonreír sin condescendencia, con la más noble bondad posible. ¿Dije que ahí todos son buenos buenos?


Diego Alfaro Palma
, autor de Valles sonoros:
El canto de las ballenas se expande por cientos de kilómetros sin interrupción. El bosque de coyanes vuelve a repoblar su antiguo territorio. Los pumas avanzan sobre avenidas desiertas. El número de anfibios retoma su antiguo estado. Los bosques submarinos florecen. El escarabajo llamado madre de la culebra camina lentamente por mi antiguo hogar. Los glaciares cincelan en silencio las cordilleras. Los libros que alguna vez escribimos se convierten en nidos. El Paraíso es sin humanos.


Ariana Harwicz, autora de Perder el juicio:
Creo que el paraíso presenta un problema para mí, y es que, por definición, el paraíso excluye el infierno; y la escritura, el armado de la escritura, los pensamientos literarios previos necesitan del infierno también —no únicamente, pero necesitan de ese diálogo entre infierno y paraíso, así que ambos estarían un poco mezclados para permitirme escribir. Tendría muchas noches en un solo día, como muchos capítulos breves de una novela, porque me gusta la llegada de la noche (vivo en el campo): cómo empieza a oscurecer el cielo, cómo se enrarece la atmósfera, cómo aparecen otros animales, otros sonidos; las nubes se transforman, cambia el viento; toda esa especie de fabricación me gustaría vivirla varias veces en un día. También habría momentos en donde no hay conciencia de que vamos a morir, y podría sentarme y tocar a Bach: en el paraíso yo sabría tocar el piano.

Un baño en Asnieres, Georges Seurat, 1884.


Daniel Saldaña París
, autor de El baile y el incendio:
Me imagino el Paraíso como un lugar donde el roce constante entre las personas, sus emociones y sus ideas, no genera muerte ni opresión, sino curiosidad y deseo. Una selva tibia en la que abundan los mangos, donde la duración del día depende del ánimo de cada uno y el trabajo, sin ser necesario, es una forma de agasajar a los seres amados, regalándolos con libros, pasteles y canciones. Me imagino el Paraíso como un lugar donde se reciben las enseñanzas del dolor sin padecerlo.


Corina Bistritsky
, artista visual:
El Paraíso es un lugar fresco, al aire libre, siempre corre una brisa y no hace ni frío ni calor. El sol pega de una forma que tiñe todo de dorado. El piso está recubierto de pasto. También hay muchos árboles y el cielo está siempre celeste. Si lo deseas, puedes aplaudir e iniciar una tormenta. Hay libreros repletos para leer a toda hora; pinceles, pinturas y papeles que nunca se terminan. Brilla en el centro de la arbolada, como un diamante, una cama gigante con sábanas limpias. A su lado, una canasta con frutas frescas y papas fritas crujientes.


Federico Falco
, autor de Los llanos:
Me imagino el Paraíso como un lugar donde todavía no hay falta. Lo que usualmente no tenemos y nunca vamos a tener y, aun así, buscamos de manera incansable e infructuosa, allí todavía está, allí ni siquiera es posible imaginar que algún día será ausencia. Creo que cuando Dios nos expulsó, la expulsión no fue un castigo, sino otra cosa: un lanzarnos a la aventura, un sacarnos del estancamiento entre algodones, un ponernos de viaje, un hacernos encontrar con todo lo bueno y lo malo del mundo. El castigo fue otra cosa, mucho más difícil de advertir: creyendo que sería una buena manera de obligarnos a regresar a Él, nos dejó para siempre incompletos, para siempre en la carencia.


Daniel Miranda
, amigo lector:
Imaginar el Paraíso es un sobreejercicio mental. Se trata de un concepto sobreexplicado en una narrativa teatralizada por el discurso religioso: pasto, color, criaturas celestiales, agua a borbotones, árboles y hasta viento. Conceptualmente, está sobreilustrado también: el Nirvana, el Valhalla, la paz interior, iluminaciones y estados de gracia. La ciencia nos ha quedado mal con respecto al tema, no ha imaginado lo suficiente porque tal vez no le parezca una tarea dentro de su competencia, o quizá solo se trate de un miedo propio a hacer el ridículo. Yo no imagino un Paraíso, sino dos, uno como entrada a una caverna que en realidad es el cuerpo de un gusano y otro como salida de ese mismo cuerpo del cual no se sabe absolutamente nada, salvo que su entraña está hecha de pura tiniebla. La luz del Paraíso que se encuentra en la entrada no es otra cosa más que la vida intrauterina y el Paraíso de salida es la promesa de un descanso. Eso con respecto a imaginar el Paraíso; después de tal tarea solo queda concebir el Paraíso como la vida fuera de ese cuerpo, como la no sujeción a nada.


Mariana Oliver
, autora de Aves migratorias:
Es un día soleado y lleno de luz. No hay probabilidad de lluvias ni aviso de tormentas. Tampoco tareas pendientes. El cuarto huele a café y el día es una promesa que se cumplirá: las visitas llegan y la mesa está puesta. La sed y el hambre desaparecen pronto y el tiempo no conoce la prisa. Bajo esta luz los colores y los gestos parecen más nítidos. Podríamos quedarnos aquí, en esta mesa larga de historias nuevas y compartidas. No deseamos estar en ningún otro sitio.

Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte, Georges Seurat, 1884.


Mónica Nepote
, autora de Trazos de noche herida:
Hace algunos años, cuando iba a visitar a una amiga muy querida a Cholula, fuimos a la iglesia de Tonantzintla. Mi amiga Mely me la resumió en breves palabras como una iglesia adornada por la población indígena durante el Virreinato; según sus palabras, los artesanos indígenas fueron convocados para adornar el recinto tal como se imaginaban el Paraíso, «así que ves frutas, flores, angelitos desnudos». Comparto esta idea de Paraíso, lo imagino como escribe Élisée Réclus en su caminata en esa práctica de la geografía viva que es su libro El arroyo: aguas cristalinas, donde viven seres invisibles, guardianes y custodios. Imaginar el mundo como era antes es el más puro acto de solastalgia; imaginar Tenochtitlan con sus canales y sus lagunas, los ritos en las cimas de los cerros, el verdor, los bosques poblados de árboles y los hongos en el verano. Para mí el Paraíso fue este planeta y lo perdimos, lo seguimos perdiendo: se nos van nuestras montañas nevadas, por ejemplo. Espero que pronto escapemos de las trampas y la ceguera para recuperar un poco de la antigua poética del habitar un mundo amoroso en su expresión terrestre.


Pedro Juan Gutiérrez
, autor de Estoico y frugal:
Sería muy bonito y confortable estar seguro de que existe un Paraíso concreto en algún lugar. Y, claro, en ese caso habría un Infierno. Para cumplir así la filosofía del yin y yang. Pero no existe ni uno ni lo otro. Creo en la reencarnación budista.


Hernán Bravo Varela
, autor de Malversaciones:
Tengo una concepción menos escalofriante del Infierno que del Paraíso. La culpa no es de Dante ni de su ilustrador Doré, sino de la realidad que, sin conformarse con sus propios demonios, inventa otros en cuentos y películas de horror. Lo cual nos permite imaginar que el Infierno será todo menos aburrido. El Paraíso —la idea del Paraíso— nomás no vende. Si pensamos el arte como una imperfección sublimada, entonces el Paraíso ha superado el arte y lo ha dejado atrás. Adiós trompetas, arpas, desprendimientos de gloria, cúpulas, dedos miguelángeles y rosas Tiepolo. Bienvenida la perfección, la impensable perfección. El Paraíso es blanco e informe. Sordo y mudo. Sin sabor ni olor. «… el punto —según el poeta florentino— en que todos los tiempos son presentes.» Con todo, queremos ir ahí, a ese cielo del que sabemos algo gracias a una comedia romántica o apocalíptica que vimos en las nubes, durante un vuelo comercial. Qué imagen más dantesca.


Julián Herbert
, autor de Suerte de principiante:
A diferencia de Borges, que lo imaginaba como una biblioteca, para mí el Paraíso es el taller literario. Lo que quiere decir, por otra parte, que imagino el Paraíso como un Purgatorio.


Daniel Flores Álvarez
, editor en Polilla:
Desde la ventana de mi sala alcanzo a ver un árbol: es un liquidámbar que lleva ahí más años de los que yo viviré. Los cables de la luz atraviesan su follaje. Komorebi. ¿Puede decirse de un árbol que es un árbol si no da sombra? La resolana cae sobre la hoja de papel y el sudor se me adhiere a la piel. Pienso que entonces debe ser cierto: el Paraíso es incómodo así como lo imaginaron; ahí donde hay frutos, árboles y agua hay moscos, bestias y torrentes. Imagino a partir de la negación porque así fue como me enseñaron —mi madre se llama Eva. No matarás, no pensarás, no desearás, no, no, no. ¡Ni siquiera había mangos Ataúlfo!, y pienso, esta vez sí, que el Paraíso debe ser distinto: una pequeña realidad asequible, donde es posible encontrar a las personas que quiero, para mirar de cerca las pequeñas cosas que nos conmueven, como una frágil esfera de vidrio que al agitarse hace brillar en el medio las conversaciones más preciadas y las sensaciones que adquieren desde que se consuman cierta distancia y ternura, con su perfume de manzanas, en este negado porvenir. Un bolero suena lejos, fuera de la sombra, donde no caen las semillas.

Virtual Paradise, Brendan North, 2019.


Cinthya García Leyva
, gestora cultural:
Para mí, en el Paraíso existe el amor, y este no está vinculado al poder. El lenguaje compartido es el de las plantas, que marca a su vez el ritmo y el sueño del baile colectivo. El sonido no se convirtió en signo y es accesible a todos, igual que el silencio, el agua y la tierra.


Laura Sofía Rivero
, autora de Enciclopedia de las artes cotidianas:
No me lo imagino como un terreno que acoja la presencia de lo sobrenatural, sino como la privación de lo accidental que atormenta nuestros días. Como una segunda oportunidad para vivir la misma vida, pero con ausencia de los males mayúsculos e ínfimos: sin personas que caminen despacio en las banquetas y no dejen pasar; sin retardos de transporte público; sin fruta que, por el calor, pasa de verde a podrida; sin desencuentros con los seres amados; sin el insomnio provocado por la bocina festiva de un vecino a altas horas de la madrugada; sin cortaduras en la mano propinadas por una hoja de papel. Y como, por ser mejor, sería más aburrido, creo que (al menos por ahora) me siento satisfecha con nuestros infiernos cotidianos.


Cecilia Fanti
, autora de La invención de un lector:
Por algún motivo que quizá esté vinculado con la fiebre, los sueños de la fiebre o el velo que eso impone mientras la temperatura sube y temblamos en la cama tratando de buscar un ancla de calma, de claridad y casi de salvación, no he podido dejar de pensar en el olor de la cocina de mi madre. En cómo he perdido ese olor, que no siento y que casi son pequeñas notas de la memoria que no podría recuperar. Solo puedo decir eso, mi Paraíso perdido, de alguna manera, es no haber podido volver a habitar ese espacio, ese olor, ese orden y ruido entre las sillas, el agua bullendo, algo en el fuego que se olía desde la puerta de entrada del edificio. Quizá el Paraíso sea para mí algo relacionado con ese aroma, airoso, pregnante y ya lejano. Recuperarlo, volver a sentirlo y a habitarlo. Indudablemente, el Paraíso no puede ser algo por completo desconocido o que no hayamos experimentado, ¿no? Y sin embargo inalcanzable.


Daniel Lipara
, autor de Como la noche adentro de los ojos:
Caminás por un jardín envuelto en una niebla mágica. Es un huerto rodeado de setos donde hay árboles enormes. Y perales, manzanos e higueras; siempre están llenas las ramas. No se marchitan en invierno ni en verano. El viento oeste sopla hinchando cada fruta. Y la manzana sigue a la manzana, la pera a la pera. Cada una deja su lugar a otra. Mientras las uvas se secan al sol, y otras sueltan sus flores, y otras se ponen rojas. Y además hay legumbres. En realidad, esta es una escena de la Odisea. Ulises llega a este jardín envuelto en esa niebla mágica. A este lugar no lo toca la muerte, al parecer. Y volví a él para pensar en mi mamá, Liliana, cuando pude elegirle un paraíso.


Sebastián Barriga, autor de Nada del otro mundo:
Me gusta pensar que el paraíso no está lejos del mundo, sino que es una reunión, una reunión de espacios, una reunión de tiempos, una reunión de amigos. Para mí el paraíso es eso, amigos que están, amigos que han estado, amigos que bailan y escriben y sueñan. Amigas y amigos que hacen de la escritura una forma de corregirse, de aliviar el dolor. El paraíso es esto y también está aquí.


Jorge Luis Borges:
Hay un largo poema anglosajón, que se refiere al ave Fénix, y empieza por una descripción del Paraíso Terrenal. El Paraíso Terrenal está figurado como una meseta, sobre una alta montaña en el Oriente. Y se describe con palabras que recuerdan otras de la Odisea. Se dice, por ejemplo, que no hay exceso de frío, de calor, de verano o de invierno, que no hay granizo, que no hay lluvia, que también no es agobiante el color del sol.

Otras encuestas relámpago en esta serie:

¿Qué es lo mejor que ha hecho un editor por ti?, sobre algo que de otra manera no habrías visto.

Amaba decir: «ese también lo tengo», sobre el autor más repetido en las bibliotecas personales.

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