Paisajes de memoria y de melancolía
El siguiente texto de Ana León es el prólogo a la compilación Placeres mínimos, libro publicado por trece editoriales independientes de México con motivo del Día del Libro 2022.
13 abril 2022
De todos los lugares comunes y todas las frases hechas que intentan describir el libro, lo que es un libro, me quedo con aquella que lo define como una ventana, porque viene a mi mente una frase de Sebastián Lidijover, un librero argentino que la usa, y lo interesante es que remata con un «pero no te digo de qué lado de la ventana estoy parado». La metáfora es genial y escalofriante al mismo tiempo; en segundos nos convierte a ti, lector, a mí, lectora, en intrusos, un par de ojos que se entrometen en el espacio del otro, y en el propio, pero también en alguien que se toma el tiempo para mirar lo que acontece más allá de sí mismo, un invitado en primera fila a la gestación de un mundo. En cualquiera de los dos casos, es la mirada la que activa. Es la mirada la que hace que la imagen cobre vida. Y es la intención de la mirada la que prolonga aquello que se lee más allá del tiempo y del espacio de la lectura.
Al hablar del acto de leer, me pregunto por qué leemos. Es una pregunta simplona y básica, y cuya respuesta es producto más bien de un hecho azaroso. No hablo de leer para aprender algo, sino de esa pasión por la lectura pura y desinteresada de la que escribe Virgina Woolf en «Horas en una biblioteca», esa pasión que puede ser aniquilada por una búsqueda sistemática. Entonces vuelvo a preguntarme por qué leemos y me doy cuenta de que en realidad lo que estoy haciendo es preguntarme por qué leo yo. ¿De dónde viene, en qué lugar nace ese ánimo, esa necesidad, esa pulsión de asomarse a otros mundos?
Pienso que leo para ordenar, para evadir, para confrontar. A veces acudo a la lectura con la actitud de quien busca confirmar algo que ya pensó; otras, con la actitud de quien averigua. Leo también para silenciar, para transgredir, para evocar la presencia del otro. Al leer, pienso, creamos un tiempo que responde a otro tipo de temporalidad en la que caben otras cosas; un tiempo en el que nos sentimos protegidos de lo que pasa afuera. Un momento de excepción. Tal vez leamos para preservar la excepcionalidad. Esa excepcionalidad creada, en primer lugar, por el escritor o escritora, pero que se completa con la intervención de la mirada del lector. Leer también para, como escribe Vivian Gornick en Cuentas pendientes, «dar forma a lo embrionario mediante [las] palabras [de otros]».
Escribir y leer son actos que están íntimamente vinculados. Cuando leo esa frase de Gornick que ensaya una respuesta a la pregunta ¿por qué leo?, me transporto en automático a una frase de Joan Didion que hace referencia al acto de la escritura: «escribir es el acto de decir yo, de imponerse a otra gente, de decir “Escúchame, ve las cosas como yo, cambia de opinión”. Es un acto agresivo, incluso hostil. […] No se puede ocultar el hecho de que poner palabras sobre el papel es una táctica de matón subrepticio, una invasión, una imposición de la sensibilidad del escritor en el espacio más privado del lector». Una conversación unilateral en la que la manera en que se establecen los vínculos responde nada más que a la subjetividad de quien escribe. Pero acaso esa conversación unilateral ¿no es también leer? ¿Y no es acaso el escritor un lector antes que todo?
Se escribe mucho sobre escribir. Marguerite Duras, por ejemplo, habla de la soledad de quien escribe, de las atmósferas necesarias para arropar el acto de escribir o estimularlo —si esta palabra puede usarse en este caso—, de la soledad del escritor y de la distancia necesaria con los otros. También habla de los rituales de quien escribe: «una ventana determinada, una mesa determinada […], una silla determinada». Y pienso que todos nosotros, lectores, tenemos (necesitamos) también nuestros propios rituales de lectura, pequeños, insignificantes, pero de un modo u otro, determinantes. Y como lectores, buscamos también esa soledad y esa distancia necesaria de los otros; esa silla, esa mesa… Pero, a diferencia de quien escribe, estas se pueden conseguir, o estar, en medio del caos.
Podría parecer que la lectura es un acto que evoca una calma absoluta. No lo veo así. Las imágenes contenidas en los libros mutan en la misma medida y proporción que mutan sus lectores. Y el lector está siempre en movimiento, en construcción. Al interior, en esa comunión entre cuerpo y libro, se agitan multitudes.
¿Por qué escribo en este prólogo sobre el acto de leer y recupero ideas sobre el acto de escribir, y no de los textos que integran este libro? Porque creo que cada lector hallará una forma —personal y subjetiva— de unir estos trece «paisajes de memoria y de melancolía» que lo conforman, aunque ya con esta cita esté esbozando una descripción de aquello que me han evocado. He sido una lectora que ha mirado desde adentro de la ventana. Aun así, una primera propuesta de lectura está dada en esa especie de guía que es el índice y que responde a una sensibilidad sutil de los editores, que han mapeado muy bien los puntos en los que se tocan estos textos tan disímiles tanto en los temas como en sus contextos y temporalidades. «Travesía», «Mirada», «Ausencia» y «Melancolía» son los puntos de encuentro en la escritura de las y los autores aquí reunidos: una especie de red subterránea que los conecta. Pero no son los únicos. Es por ello que me interesa pensar en lo determinante de ese lado de la ventana en el que estará parado cada lector o lectora y las veces que se moverá de ese lugar, y la forma en que ese movimiento hará del libro leído un nuevo libro. No podemos dar por sentada esa mirada que completa el ecosistema del libro. Porque el libro no existe sin su lector.
Ana León es periodista cultural y editora web. Ha colaborado en medios como La Tempestad, Tierra Adentro y Canal 22. Se formó como latinoamericanista en la UNAM.
Placeres mínimos es una compilación de textos de las siguientes editoriales: Alacraña, Aquelarre Ediciones, Canta Mares, Editorial Almadía, Ediciones Antílope, Dharma Books + Publishing, Elefanta Editorial, Festina Publicaciones, Grano de Sal, Gris Tormenta, Impronta Casa Editora, Minerva Editorial y Zopilote Rey. El libro se distribuirá de manera gratuita en la semana del Día del Libro, en abril 2022.
Escriben: Charles Baudelaire, Mariana Enriquez, Ariana Harwicz, Alejandro Merlín, David Miklos, José Montelongo, Félix Nadar, Antonio Pigafetta, Patrycja Pustkowiak, Idalia Sautto, Karina Sosa Castañeda, Susana Sosenski y Yael Weiss. Prólogo de Ana León.