El texto como juego de espejos: crear y escribir a partir del caos
A propósito de la llegada de ‘Un texto en camino’ a la colección Editor, el autor, Javier Jiménez Belmonte, conversó con Yael Weiss y Verónica Gerber Bicecci acerca de las múltiples lecturas que despierta el ensayo, así como del origen y el proceso de escritura. Presentamos fragmentos de la charla.
1 febrero 2023
Un texto en camino, de Javier Jiménez Belmonte, es un ensayo narrativo sobre la escritura de dos libros unidos por el azar y una reflexión sobre lo auténtico y lo original en la literatura contemporánea. Con prólogo de Gonzalo Maier, es el noveno título de la colección Editor de Gris Tormenta.
Yael Weis (YW): Lo primero: ¿Un texto en camino es el primer libro del autor? ¿El segundo? Justamente eso es parte de la trama. Hay una génesis simultánea entre este ensayo y su novela, Desentierro. La escritura no es simultánea, pero sí están compitiendo para ver cuál se publica primero, y curiosamente salieron casi al mismo tiempo.
Un texto en camino es un ensayo que inicia con una trama de cuento: un escritor de cincuenta años está muy contento porque una editorial va a publicar su primera novela. Mientras se pasea en una librería, se encuentra con un libro de Raduan Nassar que tiene un cuento que es exactamente lo que él está contando en su novela, e imagina que los lectores van a pensar que cometió un plagio. Esa es una trama excelente para otro relato. ¿Qué podría hacer el autor en ese caso? Pues ir a la búsqueda del escritor misterioso, armar una trama de ficción. Pero resulta que al leer Un texto en camino estamos ante un ensayo narrativo. El personaje —un escritor novel, el autor del ensayo— tratará de convencernos, y de convencerse, de que no está cometiendo un plagio. Entonces, empieza a dar un alegato de inocencia, intenta persuadirnos de que él escribió la novela sin tener noticia del cuento, y le tenemos que creer. Es justo lo que dijo Coleridge, el suspension of disbelief, la fe poética cuando lees algo de ficción, la poiesis en la narración. Pero recordemos que, aunque parezca un cuento, estamos ante un ensayo: es algo serio. Me llama la atención que primero nos pide que hagamos un ejercicio de «suspender nuestro juicio», «nuestras creencias». Aunque es un poco sospechoso, aceptamos, lo tomamos por bueno. Además, ¿es realmente preocupante? ¿Este autor es paranoico? ¿Está exagerando? Al respecto, recuerdo que una vez escuché en boca del escritor Juan Pablo Villalobos que todos los escritores son paranoicos, que creen que todo lo que les está sucediendo tiene una causalidad, no es fruto de las más insensibles coincidencias, sino que hay una historia que las une: el ser paranoico es consustancial al narrador. Por lo tanto, aceptamos la paranoia del autor y lo seguimos en esta suma de coincidencias. Ese es el inicio. Luego el ensayo se desapega de la intención primera —demostrar que la novela no es un plagio de un cuento— y adquiere una nueva importancia.
El texto es complejo, parece que no está pasando nada, pero en realidad están pasando un montón de cosas. Gracias a la semblanza sabemos que Javier es profesor de literatura barroca, del Siglo de Oro. Con ello intuimos que es un especialista en espejos, trampantojos y puestas en abismo; hay que tener mucho cuidado con él. En la portada de Un texto en camino, por ejemplo, aparece la descripción: «dos libros unidos por el azar»; luego de leer el ensayo ya no sabemos si se refiere al libro aparentemente plagiado (el de Nassar) y a la novela de Jiménez Belmonte o si se trata de la unión de su novela y su ensayo —es decir, este libro.
Un texto en camino es una reflexión sobre lo auténtico y lo original: uno de los grandes topos literarios. Desde que los estructuralistas se obsesionaron con que todo es intertextualidad, realmente estamos tejiendo textos e ideas anteriores y las estamos reordenando a nuestra manera. Además, llama mi atención el hilo sobre el palimpsesto que recorre este texto. Nunca menciona esa palabra, pero el autor se mueve en la ciudad de Querétaro —de donde además es Gris Tormenta— y menciona que las calles tenían nombres como Amargura, Decepción, y de repente se llaman como los héroes de la Independencia. Él se pasa en esa ciudad tratando de ver lo que había debajo, como los palimpsestos.
Entonces, en el libro hay una ciudad palimpsesto y un personaje al que le encanta el collage, es decir, reordenar pedacitos del mundo en un nuevo contexto, y por supuesto está el tema de la intertextualidad. Por si fuera poco, creo que la reflexión sobre lo auténtico y lo original que se aborda en el ensayo en realidad es una reflexión sobre lo inauténtico y lo no original que es todo. Que la escritura es promiscua, impura, híbrida, colectiva. Es todo eso.
Verónica Gerber Bicecci (VGB): Lo primero que quería comentar, Javier, y no sé cómo lo vas a tomar, porque no es una buena noticia, sino una mala: Un texto en camino es un plagio inconsciente de otro ensayo. [Risas.] No, es broma. Pero lo cierto es que tu ensayo tiende vasos comunicantes muy profundos con un otro ensayo que me gusta mucho y que durante años usé para mis clases; se tradujo al español como Contra la originalidad, y es de Jonathan Lethem. El título original en inglés es The Ecstasy of Influence: A Plagarism. Tiene un epígrafe de John Donne que dice: «Toda la humanidad es de un autor, y es un volumen; cuando un hombre muere, no se arranca el capítulo de un libro, sino que se traduce a una lengua mejor; y todo capítulo debe ser así traducido». El texto propone, por un lado, que el copyright es un monopolio y no un derecho y, por el otro, que la literatura navega simultáneamente entre la economía de mercado y la economía del don o del regalo, es decir, que siempre hay un intercambio no económico en los modos en los que se transmiten la literatura y todas las artes. En ese sentido, al leerte yo sentía que el ensayo que escribiste es el regalo que te dio tu novela. Tu novela y esa historia casual de encontrar el libro de Nassar en La Comezón, la extinta librería de Querétaro que mencionas ahí. En realidad tu texto y el de Lethem no son similares, pero me parecía un buen chiste. [Risas.]
Coincido con Yael en que, a medida que avanza el texto, este se va distanciando de la anécdota del encuentro traumático con el libro de Nassar. Y, aunque no he leído Desentierro, tu novela, me parece que el verdadero desentierro es este ensayo. En el ejercicio de desenterrar tu genealogía de escritura, tratas de convencerte (más que de convencer a quienes te leemos) de que la historia de la novela sí se te ocurrió a ti. En ese camino, por supuesto que como lectores sentimos constantemente el alegato de inocencia al que se refiere Yael, pero también es un ejercicio muy íntimo. El ensayo plantea un mundo en el que todo es ajeno: Javier no está físicamente ni en su ciudad ni en su casa, sino en Querétaro; tampoco el mundo es como solía ser, porque está viviendo el confinamiento de la pandemia; no está escribiendo lo que normalmente escribe —papers académicos—, sino que está escribiendo ficción; y no está en su librería de siempre de Nueva York, sino que visita La Comezón. Tu ensayo es el ejercicio de hacer ese mundo ajeno nuevamente propio y nos lleva de la mano durante tu regreso a casa: Javier narra que vuelve a España y cómo la relación con su madre se reconfigura; cómo redescubre quién es hoy o en quién se ha convertido mientras escribe este mismo texto. El libro se transforma en un refugio, y también en un objeto pequeño y portable que se puede leer como un ensayo narrativo.
Por tu semblanza en este libro sé, Javier, que eres fanático de los orígenes, y este ensayo también me parece que va en busca de cierto origen, el de tu escritura probablemente, y lo que redescubres en ese camino.
Javier Jiménez Belmonte (JJB): No tengo tanta experiencia en el mundo de la ficción y de la novela, pero supongo que esto que siento les pasa a los escritores: cuando de pronto escuchas hablar de tu libro, empiezas a aprender cosas que no sospechabas de él. Gracias a estos comentarios de pronto he sentido un «por eso lo escribí, para que alguien lo leyera y comenzara a sacar ideas que ni me imaginé que estaban (o me imaginé que estaban de una forma malintencionada y alguien ávido las supo cazar al vuelo)». Entonces, mi primera reacción en este momento es ese placer de sentir que hay interlocutores a lo que uno ha escrito.
YW: Veo en el ensayo la idea de la paranoia, pero también del texto en desarrollo que de repente fagocita la realidad y la empieza a jalar hacia sí. La falsa pared entre la realidad y el libro —el terreno de la literatura— es porosa y se rompe. Parece que en la realidad pasan cosas que alimentan el libro, coincidencias, pero es necesaria la conciencia paranoica del escritor para encontrar el sentido. Y luego reordenar y hacer un collage con la realidad dentro del libro.
Por ejemplo, se mencionó la librería La Comezón; ahí, subrepticiamente, el librero te regala un librito sobre la originalidad, que parece como si fuera un acto previsto; alguien está jugando contigo, Javier: primero te pone un cuento que se parece a tu novela, luego un discurso de Alan Pauls sobre lo original —que, por si fuera poco, los editores de Gris Tormenta publicaron en la misma colección que tu libro—; parece que todo es una conflagración de coincidencias.
Te quería preguntar si todo está bajo control o si el texto en algún momento cobró vida y empezó a ser más inteligente que tú y a crear su propio juego de espejos, y cómo controlas eso una vez que empieza.
JJB: En realidad el texto inició con una paranoia real, es fácil de entender: imagínense que uno publica una novela a cierta edad, avanzada, y de pronto coincidentemente uno lee un texto que se parece a la novela. Se lo planteé a mis amigos editores y me dijeron: bueno, igual coméntaselo a tu editora, a lo mejor no tiene problema, a lo mejor te pide que hagas cambios, a lo mejor de pronto no quiere publicar la novela. Y uno de ellos añadió: mientras tanto, para calmar la paranoia, ponte a escribir esta historia que nos has contado, es bastante truculenta. Un texto en camino comienza con esa anécdota porque quería dejar claro —a lo mejor a mí— que realmente sí había escrito mi novela antes de leer el cuento de Raduan Nassar, pero llega un momento en el que el ensayo empezó a desbordar toda la estructura —el andamio que yo monté al inicio—, y comencé a hablar de temas que hubiera querido decir en la novela. Me di cuenta de que en este libro tenía la oportunidad de aclarar algunas de las preguntas que de manera oblicua había lanzado en la novela. Ahí fue cuando me dejé llevar. Pero no sé decir el momento preciso en el que el texto desbordó la premisa inicial.
YW: Pero se empiezan a meter los que están interesados en tu ensayo dentro del texto, se empiezan a meter los editores y la situación. Todo va en el texto. Se empieza a comer la realidad.
JJB: Sí, supongo. A este texto no le podía yo ver una salida clara, solamente intuía que iba a necesitar un número indeterminado de páginas. No estaba seguro hacia dónde lo iba a llevar. Luego, durante el proceso de edición, sí hubo algunos ajustes, pero la historia original habrá que creerla o no —depende de cada lector. Entiendo perfectamente que el texto plantee muchas dudas, pero de eso se trata también, de romper esa barrera entre la ficción y la no ficción y la originalidad. Terminé el texto un poco harto de esa frontera sobre lo que es original y lo que no.
VGB: Me interesó la idea de collage que se menciona en el ensayo. Podría parecer superficial, pero tiene bastante trasfondo en varios sentidos, y uno de ellos es que tiene un coqueteo con lo queer. Me preguntaba por qué no te genera angustia hacer collage (que también es lejano a tu práctica profesional cotidiana), pero sí escribir una novela que se parece a un cuento de alguien más. La única respuesta a la que llegué —que es provisoria— es que pareciera que, cuando uno trabaja recortando imágenes, estas no se «desdibujan tanto». Guardan muchas de sus características originales, y demuestran que alguien las recortó y las pegó. Y aunque el proceso cuando escribimos es exactamente el mismo que el de hacer un collage, en el texto no suele ser tan visible. ¿Y por qué no es tan visible? Tal vez porque la escritura es monócroma y porque usamos signos que se han simplificado a tal punto —las letras, las palabras— que todas parecen iguales, que no se sabe quién las escribió si no está señalado. Tu texto me hizo pensar en eso: en la posibilidad de la escritura como un ejercicio queer en el que es posible desordenar el mundo (como en un collage) y ponerlo en el orden que uno necesita para encontrar una identidad que no sea la que nos imponen.
YW: Una de las lecturas que puede salir de ahí, de la que hace Verónica, es que el crítico y el académico deja esas marcas de collage en las comillas, en las citas, en las notas al pie. Cuando se entra en el terrero de la literatura, se borran. De ahí el terror y la angustia del plagio, de no haber rendido cuentas exactas de dónde están las «marcas» del collage.
VGB: Creo que incluso, aunque parezca que no, sí podríamos rastrear esas marcas en la literatura. Y Javier lo dice también en su ensayo, rascas un texto y aparece su «verdadero» origen. Pero estoy de acuerdo, en la escritura académica es más evidente, hay un aparato que muestra esas marcas. En la literatura nos podemos dar la licencia de quitarlas, pero de todas maneras están ahí, solo que hay que hacer lecturas distintas para encontrarlas, creo yo.
JJB: Concuerdo. Sí están, pero en la escritura académica, por lo menos en mi caso, el guion está claro, las expectativas están claras, la estructura está clara. El sentido de apropiación en un texto académico no tiene nada de transgresor, es más bien bastante acomodaticio, es lo que se espera. Sin embargo, para mí el collage es un sentido de apropiación desalmado porque me deja una gran satisfacción y no me deja ningún sentido de culpa. Es como a un niño que le dan unas tijeras y un bote de pegamento. Esa satisfacción naíf —no inocente, pero sí de posibilidades infinitas— no la encuentro en el texto académico.
YW: Indaguemos en esa culpa. ¿Sientes que traicionaste al gremio académico? Lo mencionas varias veces en el ensayo, pones una raya. Dices: crucé al otro lado de la calle. ¿Sientes culpa de haberte dado el gusto de haberte metido al lado de la ficción?
JJB: No, al contrario, siento satisfacción. Lo que mencioné es un ejercicio un poco irónico. No siento culpa, pero sí paranoia. De pronto tus colegas académicos dicen: a dónde vas, te vas a estrellar. Tus posibles colegas escritores dicen: a dónde vienes, qué haces aquí. Uno se siente en un territorio raro.
YW: Es una división que planteas clara y tajantemente: en un lado están los académicos y teóricos literarios, y en el otro, los que hacen el objeto de estudio. Es como decir que tú eres el científico: no te puedes convertir de pronto en el ratón de laboratorio. Hay ratones y hay científicos que los analizan. Dentro de estas ideas de espejo, ya que eres crítico literario, ¿por qué no volverte el especialista de tu propia obra? ¿No sería un buen ejercicio?
JJB: Conceptualmente suena muy bien, pero todavía no he llegado a ese nivel de egolatría [risas]. Además, no serías el mejor experto en tu obra; a las pruebas me remito: con vosotras estoy aprendiendo muchísimo de mi libro, cosas que ni se me hubiesen ocurrido.
VGB: Solamente para cerrar esa idea del collage, e insistir en tu plagio del ensayo de Lethem [risas], quería leer una mínima cita en la que dice: «La invención, debemos aceptarlo humildemente, no consiste en crear algo de la nada, sino a partir del caos». (Creo que ahí regresa esa idea del collage.) «Cualquier artista conoce estas verdades, no importa qué tan hondo las esconda.» Creo que estas palabras dialogan contigo de alguna manera.
Algo que me parece muy valioso en tu ensayo es la idea de narrar el proceso de escritura. Mientras escribes, estás pensando en qué pensarán tus posibles lectores, y eso se traduce en una especie de autocensura. Me parece interesante que tu texto vaya dejando esas marcas de cómo quienes escribimos vamos tomando ciertas decisiones de lo que se queda y lo que se va; eso me produce una profunda empatía. Creo que, cuando buscamos empatía en los textos, de alguna manera estamos frente a una copia de algo; una copia que puede ser una traducción o una variación de un mismo texto. Esa relación entre empatía y copia me parece interesante y fue al leer tu ensayo que pude pensarla. ¿Tú lo pensaste así en algún punto?
JJB: No lo había pensado, pero llevas razón definitivamente. Ahora leo más en inglés porque vivo en Nueva York. Y es sintomático, como dices. Tiene que ver a lo mejor con ese filtro, ese susurro del traductor, que de alguna manera está copiando el original, y de alguna manera sirve de tamiz, y te hace sentir más empático con el texto.
Fragmentos de la presentación de Un texto en camino en la Ciudad de México, el 13 de diciembre de 2022 en la librería El Péndulo Roma.
Javier Jiménez Belmonte (Córdoba, 1972) es escritor, académico y profesor español, especializado en la cultura hispánica y literatura comparada de la Universidad de Fordham, Nueva York, desde el 2002. En 2022 publicó Desentierro, su primera novela. Es autor de Un texto en camino.
Yael Weiss (Ciudad de México, 1977) es escritora y traductora. Ha publicado el libro de poesía Cahier de violence y los libros de cuentos Hematoma y Las cicadas. Es editora digital de la Revista de la Universidad de México y conductora en TV/UNAM.
Verónica Gerber Bicecci (Ciudad de México, 1981) es una artista visual que escribe. Actualmente forma parte del equipo docente de SOMA, un espacio dedicado al intercambio cultural y artístico. Fue editora invitada de la antología En una orilla brumosa, publicada por Gris Tormenta. Su publicación más reciente es La travesía. Partitura anotada.
Un texto en camino. Un ensayo narrativo sobre la escritura de dos libros unidos por el azar y una reflexión sobre lo auténtico y lo original en la literatura contemporánea. Prólogo de Gonzalo Maier.
Un texto en camino es el noveno título de la colección Editor: narraciones que descubren los distintos procesos, largos e inesperados, que existen antes de que un libro sea abierto por un lector.