El auténtico modelo de editor total
A manera de homenaje, Tomás Granados y Manuel Ortuño conversaron sobre la figura y labor editorial de Mario Muchnik (1931–2022) y el libro ‘Editar «Guerra y paz»’. Reproducimos a continuación fragmentos de esa charla.
20 noviembre 2024
Tomás Granados: Gris Tormenta tiene la capacidad de crear, a partir de una idea aparentemente simple, círculos concéntricos. Los invito a leer no solo Editar «Guerra y paz», de Mario Muchnik, sino también el artículo que uno de los editores escribió sobre la edición del libro: «Diario de edición de Editar “Guerra y paz”», en el que se van entresacando notas del proceso, casi como una crónica, que inicia cuando descubre el libro de Muchnik. Ocurre durante la pandemia, cuando el editor, encerrado, se ve obligado a recurrir a internet para abastecerse de lecturas y descubre, tras una serie de conexiones, el nombre de Mario Muchnik y este diario de edición, que se publicó originalmente en los años noventa. Luego de ese primer contacto con el diario, y de conversar con el otro editor, deciden que es un libro ideal para Editor, una de las colecciones de Gris Tormenta, porque justamente es un libro periférico de una obra central, un libro que muestra el proyecto que emprendió un editor que representa varias transformaciones de la industria editorial de finales del siglo XX y principios del XXI, y que tiene partes que me parecen conmovedoras y esperanzadoras al mismo tiempo.
Muchnik fue un editor independiente comprado por un gran grupo, después marginado por cuestiones no de calidad editorial, sino financieras. Más tarde, en su momento de madurez tanto profesional como humana, emprende lo que hoy nos parece una actividad juvenil: iniciar de nuevo una editorial independiente. Claro, lo hace con la experiencia acumulada y procurando cometer pocos errores, que desde luego es imposible. En Editar «Guerra y paz» está la quintaesencia de esa ambición, a veces financieramente irracional, a veces comercialmente poco viable, que es revisitar un clásico.
En este libro da cuenta de sus lecturas de juventud, de su acercamiento a Guerra y paz y también de todo el proceso de edición, que es la parte más atractiva, como la selección de la traductora, la relación que establecieron, la evaluación de las traducciones preexistentes, la decisión sobre los papeles, etcétera. Es decir, es una disquisición que, creo, podríamos tener todos los que nos hemos dedicado a dar forma a un proyecto editorial. En el caso de Muchnik, todo parece tan sencillo, tan natural. Porque pienso que en general los editores dudamos mucho. Tal vez es una honestidad simulada, una honestidad literaria, pero muy conmovedora e instructiva. Lo que me parece esencial son sus ganas de entrar en la trastienda, a las bambalinas, al proceso de cualquier libro. Editar «Guerra y paz» es un testimonio precioso.
Vuelvo al texto del blog de la editorial. En ambos, tanto en el de Mario como en el del editor de Gris Tormenta, hay un componente muy ingenuo, en el sentido más puro de la expresión. Es decir, no hay malicia, no existe el deseo de presentarse como un iluminado, sino como alguien que tiene incertidumbres, pero al mismo tiempo una gran ambición. En el caso de Muchnik, es producir no solo la edición definitiva de Guerra y paz, sino que resuma lo que él considera que debe ser la edición de un libro de esa naturaleza. En el caso del editor de Gris Tormenta, las notas son una mezcla de testimonio cotidiano de lo que terminó ocurriendo, y adquieren una naturaleza distinta cuando son vistas a la luz de la publicación del libro. Uno se sorprende de cómo una idea simple, que un día atraviesa la cabeza del editor Muchnik, termina convirtiéndose en una nueva traducción de más de mil páginas, y, años después, en este hermosísimo homenaje a Mario Muchnik que es la edición de Editar «Guerra y paz» publicada por Gris Tormenta.
Manuel Ortuño: Mario Muchnik vivió y trabajó en el entorno de los grandes editores. Fue uno de los grandes editores, de los monstruos de la edición en español, donde se puede medir su descendencia, desde mi punto de vista, con un Carlos Barral o un Joaquín Díez-Canedo, y por supuesto con los grandes editores europeos, que además eran amigos y colegas suyos, como Giulio Einaudi, Jean-Jacques Pauvert y por supuesto Robèrt Lafont, que fue el primer editor con el que trabajó. Precisamente ese interés por las grandes figuras de la edición de los últimos cincuenta o sesenta años nos llevó, en nuestra pequeña editorial, Trama, a publicar una colección de libros donde recogiésemos los testimonios, los recuerdos, las memorias de estos grandísimos editores y editoras. Y recuerdo también que, en el último proceso de edición del libro que sacamos de conversaciones con él [Mario Muchnik. Editor para toda la vida], Mario me decía, muy socarrón y con mucha ironía: «Bueno, quiero que el libro que está intentando pergeñar Juan Cruz lo edites, pero no me metas en ese santoral de editores muertos que tienes en una colección, que yo todavía tengo muchas cosas que hacer y decir».
Muchnik fue el auténtico modelo de editor total. A Mario le apasionaba involucrarse en absolutamente todos los procesos de la edición de un libro, desde encontrar a un autor, ser el primero en leer el manuscrito, trabajar la maquetación hasta trabajar el diseño o los materiales promocionales. Pero su auténtica pasión eran las traducciones, trabajarlas con los traductores y las traductoras. Yo lo sufrí personalmente, porque la mamá de mis hijos, hace unas dos o tres décadas, tradujo para él varios libros de autores alemanes. Yo he sufrido a Mario llamando a las diez y media de la noche a la casa, teniendo nosotros un niño pequeño, diciendo: «Quiero hablar con Cristina. Tardo diez minutos en llegar a tu casa». Venía con la traducción, por supuesto en papel, no había internet, no había este tipo de artilugios. Llegaba a sentarse con mi esposa, a estar dos o tres horas discutiendo los términos y consultando diccionarios. Era una pasión que luego ha demostrado en la edición de Guerra y paz.
Creo que, como editor, se le pueden poner dos etiquetas: la primera es la de la perseverancia de una concepción de nuestro oficio —que algunos hoy en día lo tacharán de antiguo, de viejuno— que le llevó a tropezar muchas veces, a caerse, y a volver a levantarse, porque estaba convencido de que quería seguir creando catálogos que antepusieran la calidad a cualquier otro tipo de consideración comercial, y con un entusiasmo absolutamente desbordante; la segunda etiqueta que le pondría es la de su absoluta generosidad, sin límites, que para él suponía poder compartir su pasión por esta profesión, incluso con quienes, por ser de generaciones distintas, íbamos muy por detrás de su trayectoria. Era una pasión por el oficio que no solo se reflejaba en conversaciones, en tertulias, en tardes de risas —y mucho vodka, he de reconocer—, sino que lo dejó por escrito en su ingente producción memorialista.
Sus libros son una parte importante en su labor de divulgar y de compartir; muestran su verdadero oficio editorial. Son auténticos cuadernos de bitácora para cualquier nuevo proyecto de edición, incluso para las generaciones que vienen, y que le distingue de muchos otros editores. Hay pocos que hayan dejado un trabajo más ordenado y sistemático sobre lo que es sentarse en el banco de pruebas o en el banco de erudición.
Aunque Mario defendió siempre que la edición no se enseña, se aprende sobre la marcha, también dejó escrito un aviso para navegantes, que me gustó siempre y que se recoge en la edición de Editar «Guerra y paz»: «Rodeado de amigos que han vivido esta aventura muy de cerca, influido y alentado por ellos, he decidido narrar los hechos para beneficio de generaciones futuras de jóvenes editores. Si las hay».
El libro que ahora recupera Gris Tormenta viene a hacer bueno aquello que dijo alguien —creo que Roberto Calasso— de que un editor no es más que un lector que comparte con el público sus entusiasmos. Es una frase afortunada de la que nos hemos apropiado ya todos. Como no podía ser menos en un ególatra coqueto como él, efectivamente, al poco tiempo de terminar la edición de Guerra y paz, no se resistió a contar y a contarnos el camino, sus aventuras, algún pequeño tropiezo y la experiencia de lo que supuso editar una obra tan brutal; y consiguió aquí condensar una forma de estar, de vivir y de trabajar.
Tomás Granados: Uno de sus consejos, y que acabas de mencionar, sobre su concepción del trabajo del editor era «toca todos los instrumentos de tu orquesta». Lo decía metafóricamente, claro. Muchnik podía leer un contrato, un soneto, una traducción, juzgar una portada, redactar una cuarta de forros, dialogar con el distribuidor, conseguir capital, en fin, conocía cada uno de esos instrumentos, aspiraba a ser el director que podía enseñarle algo a cada uno de los atrilistas. En Editar «Guerra y paz» hay al menos dos casos sobre esa atención a detalles que quizá para los lectores pueden ser irrelevantes.
Uno de ellos es sobre la reproducción de textos en francés en Guerra y paz. Es una novela escrita en ruso cuando el francés era una lengua común en las clases cultivadas de Rusia. En consecuencia, hay muchas citas en francés que reflejan cómo hablaban entre sí esa lengua de manera natural. Muchnik decide no componer en cursivas las citas y dice: «La gente no habla en cursivas». Es un aforismo perfecto. Parece una simpleza, pero revela lo arbitrario y artificial que a veces es la composición tipográfica. Esta decisión responde a su afán de mostrar con naturalidad los diálogos entre los personajes. Lo segundo es sobre las notas. Hay un debate interminable sobre si las notas tienen que ir obligatoriamente al pie o al final de la obra. En su edición de Guerra y paz, todos los textos en francés están traducidos, pero no pone llamadas. Muchnik encuentra una solución simple, elegante, no intrusiva, equivalente a no ponerle cursivas al francés: escribe una advertencia al inicio de la obra para que, si el lector no habla francés, vaya a la parte final del libro en busca de la traducción. Estos son dos pequeños ejemplos de cómo era capaz de tomar el instrumento de la composición tipográfica y hacer una buena ejecución con una idea más amplia.
Muchos de sus libros están llenos de enseñanzas, de gracejos, de aforismos sobre el trabajo editorial, sobre el significado del libro, provenientes de su vasta experiencia. Por ejemplo, hay una que en particular me encanta, que es cómo juzga Muchnik los originales. Habla de que todas las editoriales reciben manuscritos no solicitados y menciona qué hacer con ellos, cómo proceder. Cuenta la anécdota de que, viendo que se le acumulaban, un día decidió descolgar el teléfono, se encerró en su oficina e hizo, entre otras cosas, lo siguiente: primero leyó en voz alta las primeras líneas, luego la última página y algunas de en medio. Es decir, independientemente de la trama, la calidad de los personajes u otro criterio más objetivo, su juicio de la calidad de un original era la eufonía. Leía en voz alta para saber si ese original mostraba dominio de la lengua y si había una intención en el autor de seducir con los ritmos, con la poesía de la prosa. Admite que es un criterio somero, arbitrario y seguramente injusto. Después muestra las distintas etapas en las que va juzgándolo. Procede entonces con los que sobreviven a esa primera prueba, se los lleva a su casa e inicia la lectura ya con un lápiz en la mano. Ese es también un rasgo esencial que se nota en el fruto de sus libros: el cuidado por la buena escritura. Dice que el primer criterio que buscaba no era la originalidad, sino algo tan elemental como que el autor supiera escribir.
Mario Muchnik dejó por escrito sus memorias de editor —además de en Editar «Guerra y paz»— en Lo peor no son los autores, Banco de pruebas, Oficio editor y Mario Muchnik. Editor para toda la vida.
Tomás Granados es fundador y editor de Grano de Sal. Fue director de La Gaceta, de la colección Libros sobre Libros y gerente editorial del Fondo de Cultura Económica.
Manuel Ortuño es el editor de Trama y de la revista Texturas. También es el presidente de la Asociación de Editores de Revistas Culturales de España.